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jueves, 28 de agosto de 2008

Vivir en Casamance

Gaviota en marisma insalubre
Río Casamance
Jes dentro del barco
Barco y salinas gambianas
En un barco como éste atravesamos el río Gambiacon un remolcador que hacía de propulsor
Agosto de 2008

Zinguinchor. Una preciosísima ciudad bañada por el río Casamance. Mediados de Agosto y lluvia torrencial permanente. Salir a la calle andando es empaparse seguro, por la lluvia y por los charcos. En una furgoneta como la nuestra, conducir es una aventura muy arriesgada, en casi todas las calles los baches rezuman agua y los desniveles forman mares con fondos desconocidos, de tal manera que si te atreves a poner una rueda puede ser que se cubra totalmente y alcance los bajos del vehículo. Los 4x4 están en sus anchas, y los demás coches, con aspecto de desmontarse en cualquier momento, parece que se han convertido en anfibios.

Estamos refugiados, literalmente, en un seminario católico muy bien acondicionado y con un personal de retén - mientras los demás están de vacaciones - de lo más encantador. Desde nuestra inmensa habitación oímos música y cantos sin parar con un ritmo trepidante al son de Korás y djambées. Nos imaginamos las danzas agitadísimas que les deben de acompañar. Celebran un bautizo y llevan dos días de fiesta permanente que nos ambienta magníficamente nuestra estancia.

Casamance, ya nos lo advirtieron, es el granero de Senegal. Efectivamente, aquí la naturaleza es extremadamente generosa, tanto la vegetación, como los animales y el agua de su río es abundantísima. Es donde he visto más baobabs cargados de frutos y cubiertos de hojas, tantas, que me costó distinguirlos, porque la imagen habitual es verlos con sus troncos retorcidos desnudos. Tomé mis primeras mazorcas de maíz tostadas al fuego callejero y me parecieron un manjar. El olor aquí es diferente, a tierra húmeda, a hierbas frescas recién cortadas, a defecaciones de cabras o de vacas que pasean tranquilamente por doquier. Y es que al sol no le da tiempo de secar los mojado y el moho todo lo invade. Al atardecer, entre una lluvia y otra, los mosquitos se acercan a ti con sus pitidos irónicos. Si no hay mosquetera, el ventilador los ahuyenta como si de un insecticida se tratase y es que, con tanto viento, su ligereza les impide volar. Después, el croar de las ranas sustituye al canto de los pájaros en su descanso nocturno.

Nuestras intentonas de buscar un lugar medio confortable y con enchufe, fracasaron. La lluvia y el agotamiento psicológico que supone sortear tato bache, tanta agua y encontrar un aparcamiento para la gran mole de furgo, minaron los nervios de Jes. Así que llevamos dos días contemplando la frondosidad de la fachada principal ocupada por inmensos árboles, entre los que yo reconozco, el magnolio, y la calle, desde la ventana sin cristales y con red-mosquetera. La puerta abierta de nuestra habitación invita a todo aquel que quiera visitarnos. El padre Jean Olivier, en perfecto catalán aprendido en los cuatro años que lleva de párroco en Masnou, nos comenta que hay muchos catalanes afincados por aquí y que han aprendido la lengua local. El frère Boniface nos trae naranjas de la cosecha del seminario. Nosotros nos dedicamos a teclear y a tocar el clarinete. Jes también me prepara sabrosas comidas con los ingredientes que todavía llevamos a bordo.

Afortunadamente, la temporada de lluvias en esta zona empieza en mayo y termina en septiembre. Eso significa que, si deseamos volver y asentarnos una temporadita, el resto del año nos puede favorecer el poder disfrutar mejor de esta maravilla de región. Por una parte me recuerda a Guamasa en Tenerife, por otra, a cualquier ciudad tropical.

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Fragmentos y descripciones de viajes geográficos sobre una silla de ruedas movida por energias insospechadas. (Los textos pertenecen o a nuestro libro, en curso, el Viaje de la vida).

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