11 de julio, a unos 200 Km. de Dakar, Koumpentum, Senegal.
La cantidad de sorpresas que te da la vida no tiene límites. Cuando llegas a un lugar como es esta pequeña ciudad, y pides utilizar el patio de su parroquia; el joven padre, no sólo está encantado sino que te ofrece habitación con ducha y sábanas limpias, y más tarde el desayuno y la comida. Es la primera vez que vemos una casa tan limpia como cualquiera de las nuestras europeas: las paredes están recién pintadas, en el cuarto de baño y la cocina todo funciona, amén de estar libres de polvo y de suciedad acumulada durante años, el suelo se ve claramente que sólo tiene marcas de barro producto de la lluvia diaria. El refectorio es cómodo, confortable, ordenado, inmaculado y acogedor. Y el patio, además de no tener barreras arquitectónicas, está primorosamente cuidado.
Las sorpresas, y agradables, como digo, parece que son el sino de nuestro viaje. No sé a que achacarlo, si a nuestra manera de entrar a las personas que nos vamos encontrando, o a la imagen respetable e inofensiva que debemos de dar a la gente. El caso es que nos suelen aceptar rápidamente y la relación fluye como un río de aguas abundantes y profundas. A parte las circunstancias que acabo de mencionar, en nuestro paseo peatonal por los alrededores de la misión católica donde nos alojamos, nos sentamos en un pequeño restaurante callejero compuesto de tres bancos, una mesa y una oronda señora sentada que te sirve huevos duros, café americano y agua; con el asombroso detalle de ofrecerte un recipiente para colocar las cáscaras del huevo que comas. Entre los comensales se encontraba un musulmán con aspecto venerable que rápidamente entabló conversación con nosotros: se trataba del jefe de la villa, una persona que aconseja, que cura, que ayuda a quien se lo pide y hace de árbitro en los conflictos y es elegido por votación de su comunidad cuando se presenta con otros candidatos. Presumiendo de buen practicante del Corán, se apresuró a invitarnos a su casa; lástima que ya teníamos anfitrión, porque nos hubiera encantado aprovechar esta oportunidad de oro para conocer la famosa hospitalidad musulmana.
No obstante, la experiencia de recorrer la carretera desde TAMBAKUMBA hasta KUMPENTUM, es la peor sorpresa que he sufrido en mi vida, no es que haya baches, no, lo que hay son cráteres del tamaño de dos ruedas de nuestra furgoneta y de una profundidad tal que sus bordes pueden rozar los bajos del vehículo. Parece que vas en una montaña rusa de una feria o en una centrifugadora. Detrás hay un caos: el colchón y la tabla de la cama con todo lo que hay encima están totalmente fuera de sitio; en la cabina del conductor todo vibra y se desplaza a saltitos y yo tengo que reinstalarlo continuamente. Son en total unos 240 kms de tortura agotadora. Desastre vial que tiene pinta de ser consecuencia de años de abandono. La prueba es que, en algunos tramos, aparecen espontáneos grupos de mujeres con niños echando tierra a los agujeros cuando pasa un vehículo para que le des dinero, y paralelo a esta vía, hay una pista de tierra compacta que, en comparación, resulta más segura para el coche y para los ocupantes, a pesar de tener que sortear lugares enfangados o ser golpeado por ramajes. Jes, lo confirmo, es un maestro de la conducción; a pesar de la cantidad de kilómetros en tensión permanente, en ningún momento ha bajado la guardia, y eso nos ha salvado de quedarnos atrapados en un agujero o en un barrizal, como la cantidad de camiones y de pequeños buses volcados o con las ruedas destrozadas que hemos visto por el camino.
12 y 13 de julio, Kaffrine
Pero al llegar a KAFFRINE, la suerte nos ha vuelto a sonreír. En una tertulia improvisada con unos clientes en una tienda/bar (“epicerie”) de bebidas y comida envasada, pedimos una cerveza y nos unimos a su conversación; resultaron ser unos fervientes practicantes musulmanes. La conversación se transforma en apasionada intervención por parte de todos a cerca de: la libertad, el libertinaje, la permisividad o no de la homosexualidad, el respeto por las otras religiones... Estos profesores de primaria y del Lycée más un funionario del tesoro público resultan ser de lo más ortodoxos, aunque no muestren escandalizarse con nuestro ateismo, simplemente les parece inconcebible no tener un referente religioso o moral. Finalmente, terminamos compartiendo su arroz senegalés, cocinado por ellos mismos, en una gran cacerola donde todos metíamos la cuchara. Quedamos para encontrarnos al anochecer, pero una impresionante tromba de agua impidió el reencuentro. Fue la segunda vez que nos invitaban a comer en África. Senegal, como ya imaginábamos, es diferente.
En la misión católica de nuevo la acogida espontánea. El padre Aloyse, no pone ninguna objeción a que aparquemos nuestra furgo en su patio y utilicemos sus enchufes, sus duchas y los lavabos. Efectivamente, durante casi dos días hemos tecleado a nuestras anchas y tocado el clarinete sin ningún problema. Incluso la cocinera que anda cerca del “Paiote” donde nos cobijamos del sol soportando el ataque de los miles de moscas y mosquitos que abundan por doquier (dicen que debido a la época: recogida de la cosecha de mangos y “la session ivernage, de pluie” ha cocinado el consabido arroz con salsa y nos invita a comerlo con sus amigas.
Jes, con un sentido de la diplomacia hasta este momento inexistente con los blancos en su cotidianidad europea y muy perfeccionado durante este viaje africano, propone a los padres un desayuno de intercambio de ideas. Y así, el lunes 13 desayunamos con los párrocos y el sacristán manteniendo una interesantísima conversación a cerca de sus problemas como profesionales del apostolado: no tienen ayuda económica exterior, ni salario y tienen que autofinanciarse. Son críticos con todo tipo de ayuda humanitaria que no parta de las verdaderas necesidades, su idea es:”ayudar con y no a”, es decir, entre los afectados ver las necesidades y trabajar con ellos en las soluciones, no darles la solución y la ayuda porque esto crea más dependencia, etc... Terminamos intercambiando e-mails y deseándonos mucha suerte por ambas partes.
Día 15, Kaolak.
Nombre que, por fin, no olvido, porque lo asocio a la marca catalana de bebida con cacao: Cacaolat. La carretera hasta aquí ha mejorado sustancialmente y el paisaje es extraordinario. Desde kilómetros atrás ya percibimos que nos acercamos al mar. Por todas partes grandes sacos blancos puestos en hilera anuncian la venta de sal yodada e inmensas lagunas preludian el majestuoso delta de Kaolak. Lástima que no se pueda apreciar toda su belleza: el estado de abandono de sus marismas, debido a la acumulación de basuras de todo tipo, predominando plásticos, impide disfrutar de esta naturaleza salvaje y rica, tanto para los humanos, como para las aves migratorias y la fauna marina. Nada más llegar, siguiendo las indicaciones de la Lonley Planet, vamos a la calle del hotel París porque anuncian wiffi. La fortuna de nuevo, el guardián del hotel nos aconseja a su amigo en un taller a 200m. para reparar lo del filtro de gasoil de la furgo. Con sólo oír las explicaciones de Jes y ojear por encima el vehículo, el mecánico jefe es sincero, eficiente y honrado: propone probar a cambiar el filtro y, si esto no es suficiente, tendríamos que ir a la FIAT para que sus máquinas completaran el trabajo. Resultado: con el cambio de filtro ha sido suficiente y la máquina vuelve a funcionar con toda su potencia. Por 5000Cfs. volvimos a respirar tranquilidad. Lo celebramos comiendo y cenando en el carísimo hotel París donde nos saciamos de internet.
De la queja a la documentación punitiva
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*De la queja a la documentación punitiva**.*
Dentro de las campañas en curso (o es más preciso decir, las líneas y
propuestas de campañas) una de ella...
Hace 12 años
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