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viernes, 7 de marzo de 2008

Mama Lou: Relato.

En el preciosisimo camping de LOME "Chez Alize" con los franceses Patric y Sandrine

Lome, Togo. 7 de marzo de 2008
Este es mi homenaje a las mujeres campesinas que nos hemos ido encontrando por nuestro camino africano.

Entre Burkina Fasso y Togo 22/2/08

Mamá Lu

Fuerte y grande como un baobab, molía el grano con el mortero moviendo sus caderas pronunciadas al ritmo del más salvaje de las danzas ancestrales. Su bebé, pegado a la ancha espalda materna, dormía en su hatillo de vivos colores acunado por los meneos de su madre en su inagotable actividad. A su lado, un gran caldero de barro cocía el agua del arroz sobre unas brasas perpetuas delante de la cabaña y que ella vigilaba con actitud descuidada. Después de clase, los demás hermanitos porteaban ramitas de leña en la cabeza riendo y recogiendo infinitas veces los palitos que su alegría les hacía perder; sus seis, siete y ocho años les daba derecho a ver la vida como un juego permanente. El mayor de la casa, un adolescente de 14 años, llevaba a las tres cabras a pastar camino del pozo porteando dos bidones amarillos de 15l cada uno enganchados en una vara que colocaba sobre los hombros como un equilibrista de circo.

El huerto de hortalizas daba lo suficiente para vivir ellos y vender el resto en la orilla de la carretera donde esperaban, por turnos, interminables horas, a que un bus, o un coche o un turista se parara a comprar. El problema por estas tierras burkinenses es que hay muchos meses de sequía y pocos de lluvia, y eso no es suficiente para dar de comer a tantas bocas.

Mama Lu es católica y acude al centro parroquial donde le dan prendas para vestirse y ropa para lavar a cambio de alimentar cada día escolar a sus hijos. Tiene mucha fe en el Dios de las monjitas porque le ayudan mucho; pero no puede desligarse del Dios de sus ancestros de estas tierras que, a pesar de ser polvorosas y secas, cada año son regadas durante los meses lluviosos hasta la anegación sin consideración con las calles o casa de sus habitantes. Es el ciclo que todos los de su aldea esperan porque desde siempre eso es lo que ha visto y la naturaleza les ha dado.

Mamá Lu no sabe dónde está el padre de sus hijos, hace unos meses desapareció en busca de otra vida sin sed ni hambre. No se despidió porque pensaba volver rico y lleno de ideas nuevas. Mama Lu no le echa de menos, en su aldea la mayoría de mujeres crían a sus hijos sin hombre. Ellas son demasiado fuertes para aguantar a un marido ocioso que se lamente por ser pobre.

Ellas no tienen tiempo para pensar en lo que quieren ser y no son, la vida les quitó su privacidad, sus deseos, la vida les dio la virtud de ser resistentes ante cualquier adversidad. Así, cuando ellas se encuentran en el río lavando, o en la calle vendiendo, hablan de las cosas que les hacen reír a carcajada. Por eso, cuando veas a una africana por la calle envuelta en favorecedores estampados con un inmensa palangana de aluminio, más un bebé en su espalda, más algunos chavalines mocosos correteando a su alrededor y que siempre ríe cuando te mira, piensa que es porque les gusta jugar a que son felices. Mamá Lu también es como ellas. Si alguna vez la reconoces también juega a reírte con ella, es el mejor regalo que le puedes ofrecer.

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Fragmentos y descripciones de viajes geográficos sobre una silla de ruedas movida por energias insospechadas. (Los textos pertenecen o a nuestro libro, en curso, el Viaje de la vida).

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