Poblado camuflado en las montañas de Hombori
Hombori 29 enero 2008
Antes de dejar Sevaré tuvimos un contratiempo con la policía. (Sería que la encontrábamos a faltar). Pasamos tres veces por delante suyo, en uno de sus puestitos de marquesina metálica con motito; andábamos buscando la oficina del BNDA para cambiar o conseguir dinero. A la tercera, sin haber cometido ninguna imprudencia nos pidió la documentación. Encontró a faltar la visa policial del papel que tanto nos costó conseguir del borracho del tampón suspendido. Empezó diciendo que eso era una grave infracción y que era culpa nuestra no llevar este segundo tampón, que debíamos pagarle 6000cfas y que etc etcétera nuestro vehiculo quedaba inmovilizado. Traté con dulzura santolorenziana, el de la parrilla, al tipo, para minimizar el impacto del desarreglo. Se fue con su motito y el papelajo hasta la comisaria y volvió al rato con el sello faltante. Mientras tanto yo no pude cambiar euros porque el cambista oficial del banco los lunes se iba al aeropuerto a hacer una gestión semejante. Sugerí pagarle de alguna manera. El policiíto aceptó un par de gafas de sol, gafas que no dudo que deben ser fatales para la vista, en lugar de pasta despues de sermonearle sobre que llevábamos material solidario y gratuito para la gente de su país. A continuación compramos 50e, en euros, de gasoil cambiados a 640 en un cambista de al lado. Reemprendimos ruta hasta Douentza donde nos detuvimos a comprar huevos y comer haciendo de televisión para el personal que se arremolinó ante nosotros. A continuación fuimos a l’ Academie (hay una quincena de ellas en todos el país dependiendo del Ministerio de Educación. (son recintos tranquilos donde se estudia primaria y secundaria) a usar internet. Los tipos con los pies descalzos y las piernas sobre las mesas o butacas formaban parte de las imágenes épicas con las que nos venimos encontrando en África. En Bamako habíamos pagado 300cfas por una hora, aquí fueron 500, en todo caso la tercera parte de lo que nos pidieron en la sede de Radio Duentza. Saludamos también a Amidou Porbo el mécanico a la entrada de la ciudad (en realidad un pueblo) y le transmitimos el encargo del saludo de Txiqui. Le pedí un destornillador estrella corto para liberar el filtro de la camisa de nylon que traía desde Dakhla. Estaba llena de polvo. Luego él se ofreció a limpiarlo con aire a presión. Lo recoloqué sin poner de nuevo la funda de nylon ya que no deja respirar bien al motor y pienso que incrementa el consumo de combustible.
Antes de que cayera la noche nos detuvimos en una aldea, Theoguel que pronuncian Chinguel, junto a las soberbias montañas de Hombori. Se nos ocurrió proponer una película en nuestra pantallita de ordenador de 14 o 15 pulgadas. Improvisamos en la mitad de la noche, en la más absoluta oscuridad (la luna llena ya nos dejó noches atrás) una sesión de cine de campaña. Desplegamos nuestros seis taburetes y colocamos los adultos en ellos ya los niños delante sentados en el suelo. Una escena enternecedora, para grabarla. Nos acordamos de Jorge Lafuente e Ignacio en sus correrías por la Castilla profunda con una maquina de proyección a cuestas y pasando películas a los lugareños faltos de consumo de imágenes. Nos enterneció el cromo aldeano. La película era en cinemascope, la pantalla demasiado oscura, la lengua en castellano y el sonido bajo, a pesar de todos estos inconvenientes todos aguantaron la situación encantados con la reunión. Cuando empezó a hacer frio dimos por terminada la sesión. Con cuatro palabras en francés quedamos para el día siguiente porque donaríamos ropa a las mujeres.
No estamos preparados para el papánoelismo ni creo que lo vayamos a estar nunca. Seguimos sin tener una estrategia funcional para los gestos concretos de solidaridad. De un lado hemos decidido que el regalo hace un flaco favor, de otro creemos que de darlo tiene que ser espontáneo y selectivo; de otra, pensamos que si damos algo a alguien y no a su vecino o su amigo estamos discriminando. Nuestro galimatías es mucho más complejo que todo eso. El caso es que a la mañana siguiente armamos un pequeño alboroto. De nuestra gran bolsa empezamos a dar ropa. Todo intento del chef local en mantener un poco de orden entre niños y adultos fue un imposible, todos se pegaron a la puerta corredera abierta de la furgo como si fuera la boca de la ballena de Jonás. Tratamos de hacer algo con un mínimo de dignidad y nos salió un engrudo. Inevitablemente hubo quien repitió en regalos y quien se quedó con nada. Vimos la clásica escena de dos mujeres tirando de la misma prenda y los niños mayores que superaban con sus manos a los más pequeños. Nos consolamos pensando que al menos de toda la ropa usada que traíamos de nuestra parte al menos nos hemos deshecho de la mitad. En las montañas de Hombori las noches son frías y sopla el viento podemos pensar que al menos la ropa servirá para algo de abrigo pero seguimos convencidos que la solución no es esta, la de papá-noeles que van de buenazos repartiendo calderillas al personal necesitado. En cierta manera tenemos ganas de deshacernos de todo lo que llevamos para no tener nada que dar: ni ropa, ni stylos, ni gomas, solo palabras y sonrisas.
En Hombori, unos 15 kms antes de llegar, vemos el nombre de Garmi con una escuela de obra cerca de la carretera. Nos detenemos y hablamos con Fanta, su directora, y un grupo de gente de alrededor. Se da la coincidencia que el hombre que hemos recogido en autostop unos 70 kms antes es su tío directo. Nos enseña las aulas, la de los más pequeños y, la de los más mayores. Todos están perfectamente instruidos, se levantan cuando entramos a saludarles y nos aplauden, además esperan a que les digamos que se sienten y vemos que se cruzan de brazos. No puedo evitar recordar en mi niñez en que también me instruían para estos gestos de sumisión. Begoña nos había dicho que desde que hay esta escuela en Garmi se había reducido a cero la mortandad infantil. La inauguración de la escuela es del verano anterior. La directora y el profesor están encantados con nuestra visita, nosotros encantados con la caligrafía correctísima en los encerados. Nunca jamás hemos escrito tan bien nosotros, ni en las pizarras ni en los cuadernos de estilo gráfico, de cuando éramos niños. Damos la docena típica de gomas de borrar y enrollamos a unos turistas de esos que van con guía, es decir turistas-turistas, que se detienen en el lugar y miran a cualquier parte menos a donde hay gente. Me dirijo a dos de ellos para comentarles el problema que nos acaban de contar del lugar de la sequedad del pozo. En todo Mali hay unos pozos que funcionan con unas bombas de palanca. Una escena graciosa es la de las niñas accionándolas que las hace saltar como si estuvieran en una palanca de dos asientos de las que estamos acostumbrados a ver en los jardines de los parques en Europa. Veo que la turista ha reunido no sé si un billete rojo de mil CFAs o alguno mas y se lo da a la directora.
Nos vamos hasta el Hospital unos quilómetros más allá. Por fin podemos deshacernos de nuestra piedra de Sísifo. Tengo que organizar la ayuda con el guardián y con otro chico y alguien más porque el hombre con bata blanca al que nos presentamos no tiene las dotes organizativas esperables.
Hemos hecho suficientemente el capullo trayendo todo esto hasta aquí. Las 10 cajas de cartón descargadas y las tres bolsas quedan en el suelo de tierra, ni siquiera en el suelo de mosaico, junto a la puerta de la casa del médico. Ninguna prisa por almacenarlas o por ver su contenido. El Hospital es sucio, hay un rincón con plásticos. El grifo en el que me lavo las manos después del trabajo de descarga está perdiendo un hilo continuo de agua, todo un contraste con la falta de ella en Thenguel o con la sequedad de la colección de pequeños árboles alrededor del recinto que la necesitan. El espacio no estaría tan mal si fuera una casona vieja utilizada por ocupas en las muchas casas abandonadas de los alrededores de Barcelona. El lugar es sublime, las montañas se miran las pequeñeces y miserias humanas desde su soberbia altivez de gigantes inmutables. Es un lugar para venir a escalar, a hacer senderismo, a perderse con las propias meditaciones. Lo de ayudar lo dejaremos para quienes necesiten conseguir sus parcelas celestiales para la eternidad. En realidad la ayuda material no es la ayuda real. Tras el descargamento hemos de hacer nuestro balance de daños, las cuerdas y la lona con anillas de aluminio que se ha soltado ha rallado parte de la carrocería. No hay viajero sin marcas, ni soldado sin heridas, ni solidario sin su recuento de sus estupideces. La culpa es toda nuestra. Establecimos un compromiso y lo cumpliremos hasta su menor detalle aunque a priori sepamos que no va a servir de nada o de muy poco. De camino a casa de Musa, un chico al que le llevamos ropa y comida, la comadrona me dice si no hay un cadeau para ella. El problema sigue siendo la idea de regalo. Martillea a todas las cabezas y nos suena como una voz cacofónica ahí donde vamos. Ni siquiera distinguen entre solidaridad y regalos. Alguien que puede permitirse venir hasta aquí a más de 6mil kilómetros de su país es que es indiscutiblemente rico. Nadie que no lo sea emplea su tiempo y su energia para venir a ver sus parajes y miserias. No objetaré nada de los turistas-turistas que solo vienen a encontrarse con el Níger y se dejan mecer por unos días y sus noches por rincones románticos. Si los nativos no saben apreciarlo no es cosa suya. El turista-turista posiblemente es el ser más aséptico que existe. Es capaz de ir a todos los lugares del mundo sin tener que cargar con las inconveniencias con las que cargan sus residentes. Los que nos llamamos viajeros no somos mejores que ellos. Podemos jugar a la comunicación humana, a pensar en la hipótesis que alguna gente será capaz de salir de sus agujeros y se esforzará por un futuro mejor sin caer en los materialismos occidentales. Raramente existe este alguien. A Vic un niño, (sorpresa), le dice que no quiere ningún regalo y que quiere conseguir las cosas por su propio esfuerzo. Tal vez está recitando la lección dada por algún viajero.
Tras la descarga en el Hospital, las cosas han quedado en el suelo, he enganchado las pinzas de un porta contacto de mechero de coche y así el convertidor a 18v para el ordenador y he estado escribiendo esto. Del personal sanitario nadie nos ha venido a ofrecer nada en especial. Nosotros hemos cumplido con nuestro rol de papánoeles y ellos con el suyo de objeto de la soliudaridad recibiendo las cajas. Punto. Podriamos quedarnos una semana aquí para ayudarles en algo. No lo haremos. No queremos quitarles el trabajo y los pretextos a otros muchos que pasarán por aquí enviados o convencidos por su sensibilidad oenegera para hacerlo. La lectura de algunos de sus comentarios antes de dejar Barcelona me hizo pensar en la autoinhibición del occidental frente al nativo de un país necesitado. Un cierto culto al indigenismo lleva al silencio acrítico de los europeos. Si en un hospital hay salas de curas sucias o el patio lleno de plásticos tirados no es un problema de la pobreza sino de la actitud. Curar por una parte y no higienizar por otra es un absoluto contrasentido. Lo sabemos por lo poco desde Nostradamus. Si los europeos lo aprendimos también les toca aprender a quienes todavía no lo han hecho. No creo que tenga el menor sentido la ayuda sin la exigencia de resultados prácticos no solo en su buen uso sino sobre todo en la incorporación de nuevas maneras de funcionar. En Hombori, en principio hablamos de hacer un censo sobre la cuestión de la salud mental, como si hacer censos fuera cosas de cuatro días. Hemos coordinado una conferencia para explicar unas cuantas cosas sobre logística sanitaria y criterios de censo. Otro asunto es que hagamos el trabajo por ellos. Nuestro trabajo es seguir nuestra ruta aunque esto suene a priorizar nuestros intereses particulares. Sí, los priorizamos. Veamos: la imagen de la ociosidad es continua en los países atravesados. Lo que menos falta es fuerza de trabajo potencial y lo que más, la voluntad subjetiva de organizarla. Si alguien quiere ayudar a África y a los países subdesarrollados en general que aprenda a contactar con las manos desnudas en lugar de venir con el saco del tipo de los regalos. No sirve de nada ese razonamiento cuando nosotros también hemos caído en la actitud dadivosa. Lo mejor que puede ofrecer un europeo a un africano es su experiencia y su desengaño de la sociedad del consumismo que lo atornilla con impuestos y en una cadena de lujos innecesarios. Lo peor que puede hacer es traer todas sus mierdas, incluidas las medicinas que en sus metrópolis no curan pero entretienen además de ropa sintética y envoltorios de plástico difíciles de reciclar. Pero este argumento se viene abajo cuando tocas docenas de manos frías de niños o que los ves tiritar ante ráfagas de viento por que andan descalzos y mal vestidos. Si nadie se ocupa de ellos se supone que el europeo sensible que tiene una coincidencia con ellos ha de salvarlos de su miseria y de su destino condenado desde que nacen.
Una de las ideas que tenía ante este viaje africano era el de hacer una observación itinerante sobre la marcha de las ONGs. Estas se han acostumbrado a ayudar aspectos puntuales en realidades deficitarias, también han hecho de observadoras críticas de cumplimientos o no de acuerdos de gobiernos, pero no sé que hayan pasado por la observación sistemática de una especie de comisión generadora de la coordinación de ellas para evaluar sus códigos deontológicos y la aplicación de sus programas concretos. Tras el palio de la pobreza se esconden distintas formas subsidiarias sin cuestionarse la verdad o falsedad alternativa de las intervenciones.
Nos ha llamado la atención que el encargado de nuestra conferencia sea el comandante del lugar como máxima autoridad patata que le ha pasado el médico en funciones, un profesional a todas luces bastante apático. Posiblemente lo esencial del discurso que podamos decir en una conferencia tenga mucho que atacar a dos cosas: a los hábitos populares que mantienen en el ostracismo a sus protagonistas y a la parálisis del poder que no lo cambia. En tercer lugar no podremos callar que la relación de ayuda sin dejar saldos en la modificación de los comportamientos es una falsa ayuda. Hasta que no nos desprendamos de la última prenda de vestir, la última goma de borrar, el último bolígrafo que escribe mal y las últimas gafas de sol que dañan los ojos no recuperaremos nuestro genuino modo de viajar. Me temo que este viaje nos va a consolidar en nuestro análisis sobre el valor de la pobreza para el primer mundo y el factor predominante de la desidia capital de la gente en vivir como parias como una de klas determinantes del atraso no diré que la priemra pero tampoco que sea la segunda. Al entregar en mano una de los envíos a casa de Musa me he sentido doblemente mal. Un hombre que espera la muerte y apenas articula palabra rodeado de una familia que no da el menor signo vital ante tu visita. Son la excusa ideal para enviarles algo desde un arco considerable de grados globo arriba, ellos se prestan al rol de necesitados y nosotros al de salvadores. He escuchado las objeciones a esa consideración. El extranjero debe ganarse la confianza antes de opinar, tiene que escuchar antes de hablar, tiene que aceptar lo que hay antes de criticar. Pues no, el visitante, extranjero o no, tiene desde el primer momento de su visita multitud de ítemes que le saltan a los ojos como chinches explicándole la verdad de los hechos. No hay más descripción que la que describe situaciones concretas. El mojigaterismo solidario que se limita a entregar el bien y a no cuestionar su uso es eso, propio de mojigatos, y perdón por los gatos. El proindigenismo es una coartada que no se sostiene. Si los europeos han aprendido cuatro cosas ha sido después de discutir y discutirnos comportamientos obsoletos. De otro modo estaríamos con las secuelas de peste de la edad media.
Nos instalamos en el bar donde se concentran turis-turistas que ya toman vuelos directos desde Marseilla a la región. Mopti. Indicador de que la zona es atractiva. Despues de comer un par de platos de arroz almidonado únicamente salvable o comestible con un bol de salsa y hablar con algunos de ellos sigo con mi ordenador sobre la mesa. Solo soy un viajero con un ordenador. Años atrás lo era con un bloc de notas. Nada ha cambiado: las observaciones se repiten y el observador también.
Un chico viene a ofrecerme una videocámara sin el alimentador. Tiene una excusa increíble por esta falta. Le digo que la falta de esa pieza suele ser porque es material robado. Se va.
Ante la incertidumbre de las eventualidades que nos esperan nos sosiega la idea de William Faulkner cuando dice que se puede confiar plenamente en las malas personas ya que se puede tener la seguridad de que no cambian jamás o en Voltaire cuando afirmó que la ignorancia es la que siempre afirma o niega rotundamente las cosas mientras que la ciencia y la sabiduría pone en duda continuamente los dogmatismos. Filosofar es el único antídoto en el que podemos confiar.
Desde que la furgo está sin el toldo y las cajas no la reconozco. Ahora en el portaequipajes se ve un cofre de plástico del que también nos desharemos más adelante, la rueda de recambio sujeta con un par de cinchas y con un candado y los dos bidones con brida que compramos en Guelguime.
Durante todo el viaje nos aborda gente preguntándonos si queremos venderla. La escasez de máquinas rodantes tanto en Mauritania como en Mali como en los países próximos es notoria. Seguramente hay gente que costea sus viajes con negocios de este tipo bajando desde Europa máquinas usadas que aquí todavía pueden servir. La imagen habitual es de la de carros superutilizados participando de un concurso de abolladuras.
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