Espectadores viendo a dos turistas comer en una sombrita del camino
Niamey en el Camping touristique Yantala 2 Febrero 2008
Un diario de bitácora es para arreglarlo al final. Releerlo, corregirlo, reducirlo en sus repeticiones y ampliarlo en sus carencias, enriquecerlo con imágenes y sonidos. En el curso del mismo viaje los contenidos vividos son demasiado intensos como para detenerse a escribirlos o tener tiempo para reflexionarlos debidamente. Somos los hombres del saco que nos vamos llenando de impresiones, de multitud de voces e imágenes. En el ordenador aumentan los megas de las carpetas que las contienen, no así en el blog. La falta de puntos cyber y la demora en subir cada imagen junto a nuestros artículos determinada por la lentitud de la conexión nos crea una contradicción que no queremos alimentar: la de dedicar más tiempo a montar el blog que a vivir el viaje en todos sus ratos.
Tras el primer mes de recorrido podemos sacar algunos datos: el promedio quilométrico diario es de acuerdo con la previsión inicial pero no el número de países. No tenemos que batir ningún record. Hay gente que te dice exactamente el número de países que ha visitado. Los tiene exactamente contados, lo mismo que su edad. Es una especie de dato curricular sobresaliente. Más quilómetros no significa necesariamente mayor conocimiento. Cuando preparábamos este recorrido por África sabíamos que algunos países no era recomendable cruzarlos por tener zonas peligrosas y de bandidaje. Deberíamos consultar informaciones de otra gente que también ha recorrido el continente por carretera para ver su itinerario seguido. Hasta ahora no hemos leído nada de nadie aunque uno de ellos Jan Bogé de Catalunya que viaja con un autocaravanning compartido con una rumana: Alexandra, salió unos meses antes que nosotros y lo ultimo que supimos de él es que andaba por Botswana, Intercambiamos un par de emails y me quedé sin respuesta cuando le pregunté por donde iba a cruzar el mar Rojo no se si para esquivar Sudán o para recorrer Asia.
Probablemente una buena parte de informaciones que nos faltan está publicada en la red. La diferencia entre tener un sentimiento de seguridad o no tenerlo con respecto a los lugares que nos espera cruzar pasa por la información sobre ellos. Las informaciones deciden la influencia definitiva pero no hay una sola información que no necesite ser confirmada y computada debidamente. No nos podemos permitir el lujo de soportar el alarmismo de nadie.
Empiezo a tener nostalgia del mar y del baño diario. El Atlántico nos espera en Ghana, Togo, Benin… Quizás desde Burkina seguiremos al sur en lugar de volver hacia el oeste. Mientras los mapas de papel se nos van cuarteando en la medida que van aumentando las veces en que lo consultamos es posible que nos venza mas la idea de instalarnos en un lugar por una temporada que estar casi cada día en la carretera.
No tener claro el itinerario futuro que nos espera carga nuestro viaje con una dosis de ansiedad. De hecho la tenemos siempre antes de entrar en un nuevo país. Una vez dentro hay mucho de atractivo y de interesante. Aun así nos han dicho que no hace mucho ha estallado una bomba de pacotilla en las afueras de Niamey. El peligro tiene algo de subjetivo y cuanto más miedo tienes más proclive estás a padecerlo.
En este viaje hago bastantes fotos mientras conduzco. A ratos Vic toma el volante y yo puedo enfocar mejor la cámara con el cristal de mi lado de ventana bajado. Ninguna temeridad, a menudo rodamos a 70kms hora en interminables rectas y sin humanos a la vista. Las que hacemos a través del parabrisas cargan con los reflejos y suciedades adheridas.
Compartimos la carretera continuamente con manadas de bueyes y vacas de cornamentas enormes, con rebaños de cabras que son los más agiles en abandonar el asfalto en cuanto nos ven ¡a correr que nos pillan!, con asnos absolutamente impertérritos. Los camellos, menos en el Sahel que en el Sahara, todavía muestran algún signo de actividad. La viñeta típica de dos tumbados que giran la cabeza compartiendo coreografía en dirección al sonido de nuestro motor demuestra un alto nivel de energia al que no están dispuestos los asnos. Estos pasan totalmente del conductor. Lo más que hemos observado es que se paran al tocar asfalto si oyen un motor pero ni siquiera miran. Están un rato de meditabundos y cuando hemos pasado luego prosiguen su camino cruzando la carretera, Todos nuestros cuidados no han impedido que nos lleváramos por delante un hermoso pájaro de pico largo. Estaba parado en la carretera cuya falta de coches no lo entrenó para el peligro. Cuando levantó el vuelo era demasiado tarde y se incrustó en nuestro morro. En la siguiente parada encontré el cadáver reventado. Lo saqué de la rejilla y lo tumbé en el suelo. Un magnífico animal. Ser responsable de su muerte me hizo recordar un cierto numero de veces que me he repetido en ese rol: una vez atropellé con mi coche a un gato que salió disparado de la cuneta metiéndose bajo las ruedas, en otra ocasión disparamos contra un hermoso papagayo en la selva amazónica que nos merendamos entre seis y nos tocó a hueso y medio a cada uno, de adolescente disparé con mi escopeta de balines a un pájaro en el patio de mi casa paterna y le acerté. No soy inocente. Si digo que me pregunto qué justificación tiene el viajero de quemar miles de litros de combustible para un viaje de larga duración que desfavorablemente en los espacios que recorre movido solo por el placer de estar ahí estaría haciendo demagogia. El viajero antepone su inquietud viajera, sus ganas de ver mundo recorriendo rutas míticas o su móvil curricular de estar por los lugares por encima de cualquier razón objetiva. Los lugares pueden prescindir seguramente de la mayoría de viajeros que van a ellos. Claro que con esta óptica ¿qué harían países turísticos como Grecia o España, este con más de 50 millones de visitantes anuales, si estos prescindieran de venir por consideraciones medioambientales? Las diferencias ideológicas y de actitud que valoramos entre turistas y viajeros no impiden reconocer que ambos comparten el común denominador de venir con divisas y de generar emisiones de CO2.
Nuestro vehículo tan codiciado por lugareños francamente está más que sucio. Sobre todo cuando el derrame del aceite del cofre ha agregado una patina extra de polvo en algunas partes de la chapa. Nos hablan de mercaderes de coches y camiones que los traen desde Europa. Nos han hablado por repetido de un alemán que ha cruzado el desierto por Argelia y ha llegado por Agadez y que ahora está en Burkina. Tan pronto decimos que nuestra furgo es nuestra maison o lit roulante dejan de darnos la lata. Ante cada nuevo visitante o persona que nos aborda siempre nos toca preguntarnos de qué registro va. Si su móvil es el de intercambiar ideas y el placer de la comunicación o si quiere
Hacemos la mayor parte de las fotos posible. Podemos acumular cientos en la memoria de la nikon y la werlisa antes de descargarlas pero, francamente, somos más de letras que de imágenes. La mayor parte son espontáneas, para algunas pedimos permiso. Siempre hay quien se molesta ser fotografiado y descubierto in fraganti en sus miserias o en lo que sea. Son la misma clase de personas que se molestan si las observas atentamente. A lo largo de distintos viajes he podido notar que hay gente que se molesta tanto por ser fotografiada como por ser mirada. He llegado a la conclusión que quien tiene algo que ocultar tiene objeciones a ser observado. La única diferencia entre la cámara de fotos y los ojos humanos es que el soporte de la memoria es de orden distinto, pero en ambos casos hay una memoria biológica o física que las conserva. La mayoría de la gente sonríe cuando advierte que les hemos fotografiado y en ocasiones se coloca en posición de foto para que salga dentro del cuadro. En los mercados donde más. No hay descripción fiel posible de ellos. Hay que meterse en uno de ellos y mezclarse con la gente para pulsar la intensidad de los colores y los olores.
Los mercados son el corazón más vital de una ciudad. Lo que te da la dimensión más exacta de la realidad de una ciudad son sus mercados. Te enteras de los precios, de las costumbres locales, de los comestibles predominantes y de cómo encajan tu presencia.
Nuestra furgo con los dos bidones azules alineados en la parte posterior, el cofre en la anterior y eventualmente las dos plaquitas solares para las que todavía hemos de encontrar una solución definitiva de quita y pon, nos precede. Uno de nuestros visitantes al camping es el de alguien con un dedo corto que dice, en un inglés fluido, conocernos de Bamako, que viaja en su coche, que ha ido a Burkina, que nos ha mostrado media docena de tarjetas de managers, que nos ha ofrecido una dirección en Ghana y que si le pagábamos el taxi ya que ha venido expresamente a saludarnos. Otro visitante es el de un comerciante que va con una tienda de camping europea, probablemente robada, que quiere vendérnosla por 50e. Le ofrecemos 5,5. Al día siguiente de conocernos insiste. Al final acepta dejar de la lata. Una buena cantidad de gente que se nos aproxima es con el interés de sacarnos o vendernos algo, aunque no deja de ser. Desafortunadamente solo son hombres. La omnipresencia masculina significa el sesgo permanente para conocer estos países.
El camping emplea a mucha gente y es una especie de centro de reuniones. Las camareras son mujeres y andan con una especie de cestitas de plástico de la compra para llevar las bebidas a las muchas mesas que están repartidas por las explanadas de arena. Nos atrevemos a comer pate con salsa Rashid. 100cfa. Es lo único que ofrecen y lo más barato también una de las cosas más insípidas que hemos comido jamás.
El mánager ha venido a preguntar por si tenemos alguna medicina para su picor cutáneo. Me enseña el torso. Le sugiero que vaya a la farmacia y pase por un médico. El hecho de ser blancos nos convierte en doctores en medicina. Durante los días anteriores nos hemos encontrado con varias personas que nos piden medicamentos. El caso es que hasta ahora las ciudades recorridas están llenas de farmacias. En Nuadibú incluso retitulamos una de sus calles como la de las Farmacias por la cantidad de ellas, prácticamente tocándose. Un hombre en Hombori en el hospital hizo que le tocara el bulto de su costado. Con toda seguridad una calcificación espontanea produciendo un enorme callo óseo tras una fractura no tratada debidamente. En la aldea de la sesión de video para niños un par de ancianos también me consultaron por sus enfermedades. Lo más que pudimos indicarles es que fueran a visitarse al hospital y lo más que podemos hacer es proponer a este que haga medicina ambulatoria recorriendo las zonas cercanas.
La gente del camping nos ha integrado a su cotidianeidad. Nos dejan con nuestros ordenadores y rarezas. Al segundo día saben que no somos turistas tópicos. Dejan que tengamos nuestra propia vida en paz y nadie nos molesta. Las camareras nos parecen algo tímidas aunque cuando les hablamos nos hablan con total cordialidad. Mientras escribimos nos chutamos con música de Eva Cassidy. Hasta ahora no hemos comprado música africana en CD. Suponemos que la podemos descargar por Emule de internet y los precios de los mismos cds aquí son mas caros que en Barcelona.
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