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domingo, 13 de enero de 2008

La ley de la calle

Camping mauritano
.2008 enero 13 Nuakchott
En todas partes hay como mínimo dos códigos: el oficial y el de la calle. Una cosa es lo que dicen ordenanzas, las leyes escritas, los carteles, los bandos, los edictos y demás asuntos teledirigidos por administraciones y tecnócratas de la consigna de estado; y otra es el funcionamiento real de las calles basado en sus tradiciones, inercia, picarescas, trampas, timos, mafias o pequeños grupos de poder o territoriales.
Estábamos estacionados en la única zona reservada para minus que hemos visto en todo nuestro recorrido, en Agadir junto a la playa, ante una toilette con ¡milagro! rampa de acceso y después de la siesta nos viene el capo de este segmento de la calle para pedirnos que pongamos el vehículo al otro lado de la calle ya que tapa su establecimiento de meados y los posibles clientes pueden no verlo. Ya estamos por irnos y lo hacemos sin discutirle su burrada. Eso sí, al hacerlo, no depara en gesticulación para ayudarnos a una maniobra para la que no hace falta tanta gimnasia de brazos.
En la mayoría de explanadas y parkings de facto hay alguien con bata azul, a veces con chaleco refractario, ocasionalmente con porra artesana o tubo de papel que decide hacerse guardián del lugar y cobra por hacerlo o mejor dicho pasa de aceptar recibir propinas por esa función a exigirlas. Es un oficio bastante generalizado en todo Marruecos, menos en el territorio del Sáhara, tanto que esta clase de saprófito es un hibrido entre un vago y un oportunista no pudiendo dar de si mas luces que las que da. Es posible que mal sobreviva de esta manera toda la vida sin salir jamás de su agujero. En Sale hablamos con uno que se había fabricada un minúsculo habitáculo con dos catres de 50cms de ancho y un fuego para el te en medio. En Guelmim mientras Barek y yo íbamos a la búsqueda de bidones de plástico, su hermano y Vic se quedaron en el coche en una explanada. El tiempo suficiente para que uno de sus gorreros profesionales fuera al conductor y le sacara un par de dírhams con la excusa de que él llevaba a una turista y ellos tenían que cobrar su diezmo.
Eso de hacer pagar por el uso de lugares viene de antiguo. Lo terrible es que la gente se presta a ello consolidando a los parásitos en sus dominios.
En Cansado, cerca de Nuadibú, vimos a alguien que se ocupaba de unos retretes. Le preguntamos por si podíamos usarlos para ducharnos. Los wáteres árabes tienen el típico grifo cerca del suelo para usar agua en lugar de papel para la limpieza del ano. El hombre dijo que si a cambio de que le diera algo. Mencionó doscientos uguías. Yo le dije que le haría un regalo pensando en las socorridas gafas de sol. Durante todo el rato de nuestra operación con el mayor tiempo necesario para Vic por necesitar de un taburete donde sentarse y de una butaca auxiliar donde poder vestirse, el tipo no paró de sobarnos más a mi que a Bob, que no sabe una palabra de francés. No empezó a gustarme el hombre desde el momento en que para hablar no paraba de darme golpecitos con los dedos rompiendo la barrera del espacio vital tratando de modificar los términos de lo que deberíamos darle. Cuando al fin terminamos el tipo nos exigió 3000 uguías. Casi 10 euros por usar unos baños por los que nadie paga a nada o una propina voluntaria como mucho. Le dijimos que íbamos a hablar de ello a la gendarmerie Royal. Antes de eso hicimos un estudio de mercado del lugar preguntando a algunos lo que pagaban por usar los baños. Todo eso con el capullo de turno a bordo junto a nosotros tres. No dejé que subiera atrás porque no me fiaba de él. Llegamos hasta el cuartel de la Gendarmerie. Como que no quiso entrar solo (él tampoco se fiaba de nosotros ya que sabia que nos libraríamos de él a la primera oportunidad) metí la furgo en el patio dejándolo suficientemente inclinado para encarar la puerta. Conseguí que bajara solo. Observamos a distancia la explicación que le daba al policía. Cuando parecía que iba a volver hacia el coche salimos pitando. Por el espejo retrovisor no vi que saliera detrás de nosotros. Mauritania es un país mucho más caro que Marruecos con menos cosas que ofrecer y con más pobreza a la vista: agujeros en medio del asfaltado sin avisar, arena fina por las calles, basurales sin recoger, grupos de cabras coexistiendo con las personas. Los franceses están pasándolo mal por la noticia del asesinato a los del picnic –cuyas resonancias aun rebotan- y hay quien no quiere pasar por Aleg, el lugar del crimen.
Si los controles policiacos de carretera eran ya de estudio laboratorio los mauritanos son para ilustrar películas de terror. Los buitres te paran y te dan la mano para luego pedirte de algo. Un tontarra de ellos en seguida nos preguntó si teníamos una linterna. Otro en otro punto nos dijo que si traíamos ropa para donar que se la diéramos a ellos. Lo general es que te pidan la fiche. La forma simple de decir que les entregues tu autocontrol con todos tus datos explicados ya que según ellos, no entienden el castellano. Todos los pasaportes son iguales y lo que quieren es que les hagas su trabajo. Los hijos de la burocracias loas han mal acostumbrado a darles los papelitos preparados. No me extrañaría que en internet alguien hubiera colgado un modelo para facilitar las cosas. Despues de más de una docena de veces de escuchar, la preguntita de si tenemos la fiche, he empezado a contestar que los controles policiales son muchos y ya hemos gastado todas nuestras fotocopias. Mentira piadosa. Ante esto, el policiaco del último control antes de llegar a Nuackchott me pidió que se lo escribiéramos. Le dije que no teníamos papel ni bolígrafo que lo hiciera él. Nos devolvió los pasaportes diciendo que comprendía que estuviéramos fatigados.
El modo de tratar con el poder, es decir con el poder del otro, uniformado o no, es un sondeo de sutilidades. Ni puedes decir un no rotundo a cualquier estúpida exigencia ni puedes decir un sí incondicional a todo lo que desee el extorsionador de turno. Despues de dar la mano un montón de veces a este tipo de chusma y tenérmelas que lavar otras tantas aprendo algo más del personal humano. Si el estado tiene pasta para comprarles motos ultimo modelo a estos falsos justicieros también debe de tenerla para ponerles luz eléctrica en sus chozas de puestos de control y una fotocopiadora.
En el habitáculo de la embajada mauritana en Rabat recuerdo como a cada nombre europeo citado el muchacho que recogía su pasaporte se iba con un merci grandilocuente y una boca sonriente como si le hubiera tocado el premio de la lotería o si le hubieran librado del potro inquisitorial.
En el Sahara mauritano de la costa los controles apenas son perceptibles. Aquí el stop está muy lejos de una barrera con unos clavos en el suelo todo mal señalizada. A diferencia del haute en Marruecos que esperan que te quedes en el puesto hasta que no te hagan la señal de avanzar aquí la tradición es la de parar justo delante de la barrera a un lado. La única diferencia entre el delincuente uniformado y el que no lo es el color de su vestido. Ambos comparten una ley no escrita de la calle. Su oficio principal es ver lo que te pueden sacar. En el puesto aduanero mauritano, cuyo único distintivo externo de cambio de país es el trapo de color verde con una luna y una estrella de 5 puntas de color dorado, el primer tipo que te saca los 3mil uguías por las diligencias de rellenarte el papel que los pide tiene su choza llena de botellas de alcohol, supuse que decomisadas o conseguidas con su sutil forma de presionar. En ambos casos el viajero consciente hubiera bebido el licor in situ o lo hubiera derramado en el suelo antes de permitir que esos mafiosos hicieran negocio con ello.
La comparación del criminal ilegal a la del legal no es vana, no es ocasional y es una constante a mencionar en las correrías por este mundo. Sus concomitancias son múltiples. La ley de la calle la escriben quienes la ocupan dominantemente y se aprovechan de transeúntes y viajeros para engañarlos y esquilmarlos en lo que puedan. Siempre, en cualquier parte del mundo, te espera alguien que creerá que tu llegas hasta su lugar para resolverle sus problemas económicos tanto si quieres como si no. En cada momento del camino te tocará decidir si doblegarte a una extorsión o eludirla sin que eso te suponga percances.
En el Sahara costero en la parte mauritana en medio de la nada continuamente hay carteles anunciando campings. Nos detuvimos en uno por la curiosidad de conocer su oferta. Un agujero en el suelo por wc con cuatro tablas como cabina, agua natural de baldes y el espacio para pasar la noche. Eso sí el precio más caro que cualquier camping europeo. Quizás son los malos hábitos dejados por los moteros y los 4x4 que han mal acostumbrado a los nativos. Estos son capaces de copiar la palabra pero sin entender el significado de un lugar donde acampar o donde instalarse. Eso sí, las tiendas levantadas en medio del desierto contrastan con la llanura y las dunas al fondo. El romance está servido pero no precisamente por las habilidades de managers de los que ocupan una parte del terreno.
Preguntar precios en Mauritania hace que pongas en cuestión la celebre ley económica del capitalismo de la oferta y la demanda. Los precios suben a mayor demanda y bajan si esta también es poca. ¿El precio no era aquello que se ajustaba a la realidad del mercado para poder ser aceptado? Pues bien hay precios altísimos en hoteles de fábula completamente vacios que los mismos recepcionistas nos reconocen que son inasumibles para los nativos y caros para los europeos. No acaba todo ahí. Hay comida enlatada y zumos embotellados que son mas caros que en España o Francia. En cuanto a los restaurantitos la primera prueba de chawarme, felafel en la capital fue un desastre. La mayor parte de cosas se quedaron en los platos. Eso sí con una exhuberante bandeja de muchos panes no pedida se la devolvimos sin comerlos. En la despedida la dueña nos dijo que la cocinera aquel día no trabajaba y lo había hecho ella, No preguntó si nos había gustado, era evidente que no. En el lugarcito a cada rato pasan coches o viene gente a pie a comprar comida y llevársela. Esto lo hemos visto en otros pequeños establecimientos. Algunos ni siquiera bajan de sus coches para pedirle. Siempre hay algún hombre servil corriendo para llevársela y cobrar.

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Fragmentos y descripciones de viajes geográficos sobre una silla de ruedas movida por energias insospechadas. (Los textos pertenecen o a nuestro libro, en curso, el Viaje de la vida).

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