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martes, 7 de octubre de 2008





En familia. Domingo 28 de septiembre en Lamin, Gambia.

10,20h. La misa está anunciada para las 10, pero aquí todo el mundo sabe que empezará veinte minutos más tarde. Mientras tanto, una guitarra electrónica rasga suavemente melodías cortas. La gente va llegando y todo empieza a llenarse de colores: tocados y trajes de mil combinaciones en las señoras, vestidos de señoritas con un poquito de tacón, para las niñas, vestidos de hombre heredado de otro hermano más unos zapatos de piel cerrados, para los niños que soportan con verdadera entereza el calor de semejantes telas sobre su tierna piel acostumbrada a ir con camiseta, pantalones cortos y chanclas cuando se las ponen. Las quinceañeras todas ajustadas luciendo encantadores tipitos con historiados peinados (o peluca de pelo liso con mechas, o trencitas decoradas de mil formas, o cosido en ellas una especie de tira negra con pelo artificial y tieso que, puesto, da la impresión de un gorro de piel negro). Los quinceañeros con pantalones caídos y camiseta siempre con algún mensaje escrito. Y los papás que buscan cualquier excusa para salir a la trastienda con el hijo que no aguanta las dos horas.

Es la iglesia de St.Peters School, dentro del recinto del colegio con el mismo nombre. Debe de tener una capacidad para alojar a unas 500 personas. Jes nos trajo en la furgo hasta la puerta - a los niños y a mí, a pesar de que sólo hay unos 500 m desde la casa, pero ya se sabe que a una chiquillada que se mueve siempre a pié, montarse un vehículo es una de las cosas que más ilusión les hace- y se quedó afuera leyendo en la sombra. Yo entré con Confort, una de las preciosas hijas de Francis y Anna que tiene 12 años, y con Peter, uno de sus guapísimos hermanos de 10 años. Nos esperaba el padre llevando en brazos a Bruno, su penúltimo hijo de 3 años que tiene una adoración ciega por su padre (nunca en la vida había visto escenas tan tiernas de un hijo para con su padre). Nos sentamos los cuatro en el mismo banco, todos de punta en blanco, de domingo feliniano auténtico. Eran las 10,10h y tuve tiempo de observar el altar, una inmensa cruz de madera incrustada en la pared sin cristo y decorada con listones de cobre preside el templo, sobre tres peldaños el altar. El techo es de zinc sujeto por estructuras de hierro de donde cuelgan unos diez insuficientes ventiladores de aspas. A los lados los misterios de la pasión en madera labrada al relieve y muy historiados. Dos puertas en los laterales superiores y una en el extremo opuesto del altar, permiten la entrada de luz y del aire que en algún momento quiera pasar. Delante del altar hay una butaca y dos sillas a los lados, en los laterales las cinco sillas restantes distribuidas, un gran tapiz con el Sagrado Corazón sangrante y una pequeña virgen. Los bancos son amplios y con posa-rodillas cómodos.

A las 10,20 una señora muy emperifollada sube al púlpito y explica en mandinga que necesitan dinero para algo en concreto y que están a la venta camisetas con todas las tallas del mercado ( me costa porque dedicó tres minutos a este tema de las tallas y a enseñar modelos) y una bolsa artesana. No es que entetienda el mandinga, ni que alguien me haya traducido su discurso, es que, a parte de tener un don especial para comprender lo que me quieren decir en cualquier lengua: por contexto, por expresividad, etc..., percibo, más o menos la idea. Por fin, a las 10,20h, aparecen jóvenes vestidos con hábitos color crudo: a la cabeza el portador del incienso que penduleaba bendiciéndonos a todos, otro con una alta estaca cuyo extremo se alojaba una cruz, otros dos llevando sendos faroles de velas encendidos, y, finalmente, el oficiante con casulla verde y otros dos cerraban el paso con dos mujeres de mediana edad y muy trajeadas. Su actitud y pasos eran muy ceremoniosos, avanzan sin pestañear hasta el altar mientras los fieles se levantan y el coro explosiona en una rítmica y preciosísima canción.

El coro, para mí ha sido uno de los mejores que he escuchado en las misas que he asistido. 4 voces que entran con firmeza, incluso en los canon y un jovencísimo director, para mí, con gestos difíciles de comprender, pero que, dados los resultados, no tengo nada que objetar. Si ellos entienden su batuta musical, perfecto. Al final, empecé a comprender un poco su técnica y disfruté el doble.

En el capítulo de las lecturas, las señoras también fueron las protagonistas. Una de ellas, con actitud hiperceremonial, entra por el ala principal y recorre todo el pasillo central hasta el altar llevando el cáliz cubierto con el paño, delante de la frente y agarrándolo con ambas manos, parecía una estatua caminando. Pero lo que más me sorprendió fue que tres mujeres, cada una con una banda de color crema fueron las que se distribuyeron por la iglesia para ayudar al padre a dar la comunión. A pesar de haber pasado el cepillo durante la ceremonia, al final de la misa, ponen una gran caja de madera en el suelo del pasillo central y la gente hace filas para contribuir económicamente. Uno de los cuestadores la recoge y, de nuevo, otra señora, diez minutos en el púlpito recordando lo de las camisetas y la bolsa. El cura y los siete monaguillos están pacientemente sentados y esperan, estoicamente, como el público, a que la señora termine. Antes de irse no sé que dice, pero la gente responde, amén. La música nos despierta de nuevo con un ritmo muy trepidante y despedimos a la comitiva del padre palmeando alegremente.

Sant Peter School. Para los que hemos vivido en Barcelona, es uno de los colegios ingleses más pijos y caros. Está situado en la zona alta, cerca del Museo de la Ciencia y sus pupilos van super uniformados y formalitos. Yo he tenido alguno de ellos como alumno en las sesiones de iniciación a la vela que monta anualmente el Centro Municipal de Vela con diferentes colegios. Al padre Bruno, director de S.Peters School de aquí, le comenté la coincidencia del nombre y me dijo que no tenían nada que ver. El caso es que el lugar está muy bien acondicionado, los alumnos van uniformados (como en todos los centros escolares de África que hemos visto) y los hijos mayores de Francis, a pesar de ser profesor de matemáticas y director de primaria, no pueden seguir estudiando porque no pueden pagar sus estudios. Los profesores dicen que es un colegio privado para gente pobre.

Estamos alojados en la misma escuela; es decir, delante de la casa de Francis, donde tenemos aparcada la furgo. Su familia parece que nos ha adoptado, son siete hijos más la atractiva y energética madre, Anna. Dormimos en nuestro claustro móvil y nos duchamos en su casa, aunque, finalmente utilizamos la electricidad del vecino Baffour, otro profesor de matemáticas soltero, con una casa más ordenada y preparada para el estudio y con ganas de compañía.

Cuando toco el clarinete, los niños quieren cantar y, para mi desgracia, sólo he encontrado en mis partituras las siguientes canciones conocidas por ellos:”Happy berthday to you” o “Noche de Paz”. Me tararean el himno de Gambia que yo me pierdo en la segunda estrofa. Pero como ya se sabe que los niños no duran demasiado con la misma actividad. Estas dos canciones, varias veces repetidas, son suficientes para aburrirse de mi instrumento. Y, si alguno se queda porque no tiene nada que hacer, me pide que le deje la diana y “el dardo” (porque los demás se han perdido) de imán, colgándola de un árbol, se pueden pasan buenos ratos entretenidos a pesar de tan precario juguete.

El domingo, después de la misa, Jes hizo su famosa sopa de pan en una de sus hoyas sobre fuego de leña y de pie, como ellas. Lo anunciamos y pusimos la condición de que todos la comiéramos juntos, incluido el padre que siempre se va con los amiguetes a comer de la hoya que una de sus hijas le lleva y a ponerse ciego de cerveza con brandi Napoleón a la africana. Bien, cuando Jesús iba a servir: ¿dónde están los platos o los boles? Como siempre, Canfort, rauda y veloz va a buscarlos, vuelve con platos hondos y boles sucísimos y acostumbrados a no ser usados, lavado rápido en el grifo del jardín y se monta una cadena para entregar los platos que el chef iba llenando ¿La mesa?, ¡ah!, Peter va a por una mesita de 60cmX20cm para unas doce personas. Genial, nosotros, como ya imaginábamos el percal trajimos nuestras butacas, mesa de aluminio, voles y cucharas. Ya estamos todos en el gran pallot con un banco de obra que le rodea y donde cada uno se sienta con su plato y cuchara en la mano. Caras raras, esta todavía muy caliente, pero lentamente van abandonando los platos sin casi tocar la sopa ¿Qué pasa? No es picante, pecado original en África...El padre se levanta y va con los colegas, nos quedamos el resto de la familia que saca su super hoya de arroz con pescado, todo abrasadoramente picante. Sus caras cambian, prometen poner pimienta a su sopa y tomarla de cena. Jes cambia a nuestra hoya el resto de sopa no tocada y continuamos con ella (aunque, yo, tampoco pude degustarla, el pan para mí es incomible, sabe demasiado a animal, en concreto a cordero y no puedo soportarlo), él considera que antes morir que tirar algo de comida, a mi me entran náuseas con estos planteamientos. Alrededor de la hoya unos meten la mano y otros la cuchara. Así que el resto de sopa fue a parar a la nevera de nuestro acogedor vecino ghaniano Baffour que hace de perfecto y encantador anfitrión; por ejemplo, cuando estás casi al límite de la deshidratación, viene con una sandía roja, fresca y troceadita que te sabe a cielo y te hace recordar tanto a las de tu tierra, siempre acompañado de una inconfundible y permanente carcajada de felicidad. Por las noches compartimos nuestra cena con él pues no soporta el arroz ni la comida de Gambia, después intentamos ver una película en inglés si el DVD resiste porque, o el sonido parece cavernosos, o se queda estática la pantalla cada dos por tres. Es igual, hablamos mucho sobre lo que hace, le preocupa y lo que desearía hacer. Tiene una joven novia que conoció en este colegio, descubrió que era muy lista y la promocionó pagándole los estudios en la universidad, de enfermera, después, nació el amor...

La casa de esta familia debe de ser la más grande destinada a los profesores. En ella, a parte de los padres, viven 7 hijos, dos chicas quinceañeras que son parientes y que no paran de trabajar, y otra casi familia de cabras (2 cabras y tres cabritos). Por las noches las meten en una especie de entrada aireada y cubierta, y durante el día pastan por la hierba salvaje que va creciendo. Imagino que aquí, los hijos de mi sobrina Cristina disfrutarían como nadie. No podemos hacer vida de comida en común porque somos culinariamente incompatibles, pero sí tertuliar las tardes bajo la paillot mientras se hacen unas a otras las complicadas e infinitas trencitas.

Cada día laborable los niños salen uniformados a la escuela, excepto el bebé de la casa, Bruno que tiene 3 años recién cumplidos (su madre dice que el año que viene irá al colegio que falta le hace, pues habla muy mal todavía) y los dos mayores: un apuesto quinceañero llamado Nicola y la guapísima de 17 años llamada Veronika. Ella trabaja en las labores domésticas como todas, pero el chaval... Bruno tiene la edad de la energía, es inagotable y está muy consentido por su padre, la silla de ruedas es su delirio, siempre quiere empujarla, o sentarse encima para que le de una vuelta o llenarla de muñecos para pasearlos. La madre, con su energía y voz rota de tanto usarla tiene a todos en marcha, excepto a Bruno que se asusta de ella y llora, y el padre que se va de copas.

Anna es la que tiene una verdadera relación con sus hijos, las tertulias a media luz del ocaso son momentos entrñablemente familiares y donde nosotros hemos disfrutado mucho junto con las velas que Jes le encanta poner y que a los niños les encanta toquetear cuando creen no ser vigilados. Anna tiene un bultito en la cabeza en carne viva donde jes le pone yodo tres veces al día. Está encantada deque alguien se ocupe de ella.

Carai, más de dos mil palabras, comienzo más de dos mil palabras, comienzo a ser Jes...

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Fragmentos y descripciones de viajes geográficos sobre una silla de ruedas movida por energias insospechadas. (Los textos pertenecen o a nuestro libro, en curso, el Viaje de la vida).

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