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jueves, 18 de septiembre de 2008

En Bafatá





11 de septiembre, día de la “Díada” en Catalunya.

El día amenaza lluvia y las nubes se resisten a encerrar al sol, entre hueco y hueco, sus rayos nos dan un fuerte calor que se ve suavizado con la fresca brisa intermitente. Si de día las temperaturas nos sofocan, de noche nos tenemos que cubrir con sábanas.

Esta ciudad todavía conserva mucho sabor portugués. Quedan todavía muchos edificios coloniales, unos son sede de organismos oficiales y están más o menos en buen estado, otros son viviendas de potentados y, la mayoría, pasto de la degradación. Sus preciosísimas tejas rojizas moldeadas en artísticos diseños portugueses se fabrican en esta bonita ciudad. Conocimos al dueño de la fábrica, un dicharachero y pasional portugués llamado José Pedro Pedroso. Este entusiasta de la cerámica es un enamorado de su tierra y de G.Bissau, conoce España al dedillo y comparte nuestra visión crítica sobre el papel de las ONGs en África. Esta villa todavía conserva, en la ancha avenida que desciende al río Geba, trozos de firme de grandes piedras alisadas por el uso y bien enraizadas. Han soportado sin rechistar el paso, imagino, de grandes carros atestados de cargamento o de material de guerra, después, de inmensos camiones o de automóviles modernos. Sigue igual de lisa y parece reírse de los cráteres del fino asfalto o de las calles de tierra que constantemente cambian su fisonomía a causa de los torrentes y charcos que la lluvia provoca. Al final de esta calle, hay un viejo mercado con arcos árabes bastante trotinado y todavía delicioso. Termina en el río adornado de juncos y fresca hierba que dan un aspecto idílico a tan tranquila urbe. Allí, protegidos por la sombra del edificio de los juzgados, intentamos dormir la siesta mientras los escasos habitantes ociosos miraban nuestra camioneta con una mezcla de sana envidia y curiosidad. El sofocante calor nos echó de nuestro habitáculo y, Jes instaló su butaca y mesa en la acera para escribir su poema del día. Los transeúntes saludan a cada momento y hacen preguntas sueltas sobre nuestra procedencia y viaje. Yo me quedo en la cabina de la furgo con las puertas abiertas, leyendo. La brisa nos ayuda a soportar mejor las primeras horas de la tarde.

Al medio día descubrimos un encantador restaurante regido por una portuguesa: “Ponto de encontro”. Me dije que ella sería la garantía de una abundante y sabrosa comida. Aunque los precios nos parecieron exorbitantes para el lugar y el contenido (una bandeja de pollo -en salsa y rebozado con huevo- con patatas, y otra bandeja de ensalada de pepinos y tomate con cebolla y bien aliñado): 3500CFs; el resultado fue que disfrutamos muchísimo y nos pareció un festín. Es increíble cómo, unos platos tan sencillos como estos, cuesta que en un restaurante de africanos lo valoren. Lo que ellos llaman ensaladas sólo son trozos de pepino y/o de tomates puestos en un plato; el pollo requemado o lleno de huesos a la parrilla, y con el arroz, al estilo chino, pegado y casi una pasta informe. El marido es un portugués de unos 60 años que fue militar en la época de Salazar, lleva más de 40 años aquí y nos comenta que, desde “la revolución de los claveles” en 1974, G. Bissau ya no es lo que era, su independencia le ha llevado a la ruina y ahora la gente, incluidos ellos, intenta sobrevivir como pueden. No tienen clientes del país, sólo turistas que son escasísimos, y él trabaja, además, de profesor de autoescuela. Como la gasolina es muy cara, nada más que encienden su grupo electrógeno de noche, así que no pudimos enchufar nuestro ordenador y nos fuimos cuando nuestras baterías se agotaron.

Hacia las seis de la tarde nos aventuramos a conocer la Misión Católica de Bafatá. El párroco, padre Abraham, serio y reposado en un principio, resultó ser una atentísima y agradabilísima persona que se ha desvivido por acomodarnos en una limpísima especie de suite con ducha, water, velas y una inmensa luz alógena conectada a la red de la batería solar. El recinto tiene una construcción sólida con porches, claustro, arboledas y el consabido campo de fútbol para la chiquillada del lugar. Cenamos a la luz de una vela y debatimos acaloradamente sobre la impotencia de ver África tan castigada y manipulada por los estados y organizaciones humanitarias de Occidente. Como tiene el generador averiado, ahora estamos en uno de los despachos de la parroquia enganchados a la batería de las placas solares, después de un modesto desayuno donde hemos compartido su tisana con nuestras mermeladas y pan. En el porche, un señor está instalado en una mesa con unos grandes cuadernos apuntando a los alumnos de catequesis en relajada tertulia con cada uno de ellos, su escritura de grandes rasgos ocupa ordenadamente las columnas de cada hoja. Nuestro mimetismo con el lugar es tan grande que parecemos ya de la casa. Nos sentimos muy a gusto aquí escribiendo en este despacho rodeado de estanterías con interesantes libros de Teología, Liturgia, Pastoral, Sociología, Catequesis, Islamismo... Y, de vez en cuando, somos interrumpidos para preguntarnos si queremos que nos laven la furgo o si nos gustan las judías verdes...

Hoy día 13 no hemos podido trabajar con el ordenador porque la batería del panel solar no carga la nuestra, pensamos que es un problema del transformador que utilizamos cuando funcionábamos con nuestra placa solar.

El colmo de obtención de recursos, como llama Jes a este fenómeno, es que nos han dejado una especie de sala de juntas del obispado (a unos 200m de la parroquia donde vivimos) porque tiene generador hasta la 22h. Así que, después de cenar nos hemos venido aquí a teclear. Lástima que en Europa a Jes no le interese mucho eso de conseguir editores para sus libros porque no cree demasiado en ellos, pienso que, si se pusiera, obtendría los mismos resultados positivos que en este viaje africano. Y es que no hay mejores potenciadores de imaginación y de lucha por la supervivencia que estar con el agua al cuello. Para él, no tener electricidad que alimente a su máquina de fabricar palabras e ideas es lo más grave que le puede pasar, y es capaz de hacer cualquier cosa con tal de conseguirla. Esta obsesión por escribir empieza a contagiarme, a pesar de resistirme a ello diversificando missescritos diario con: la práctica del clarinete, alguna que otra colada de ropa, jugando al solitario (hecho que ofende a Jes por considerarla una práctica alienante), o leyendo todo lo que cae en mis manos. No sé que sería de Jes si la electricidad en el mundo se acabara.

Gabú

Desde el 7 de Septiembre hasta el día 11 hemos vivido en Gabú. Una ciudad mediana, plana y con anchas calles terriblemente acondicionadas. Al llegar buscamos, como siempre, un lugar seguro para pasar la noche. Después de infructuosos intentos de encontrar la consabida Misión Católica, fuimos a parar al hospital y centro nutricional de Cáritas. Este último lo rigen dos monjas, una portuguesa y otra argentina. Ante nuestra petición se movilizaron rápidamente. Fueron a buscar a una de las médicas cubanas que están formando a médicos pagadas por su gobierno. Sin ningún problema, la cubana Miladis se monta en nuestra furgoneta para guiarnos a la facultad de medicina porque allí hay electricidad y agua todo el día. El pequeño edificio de una planta y porcheado está ubicado en medio de un prado verdísimo con árboles frondosos, vecino a varias casas particulares y muy próximo al campo donde cultivan o sacan a pastar a las vacas y cabras.

Las clases de medicina todavía no han empezado y las habitaciones del edificio son ocupadas por jóvenes que estudian Formación Profesional o trabajan de albañiles en alguna obra de la zona. La única condición para todos los que aquí convivimos es abandonar el recinto antes del lunes 15 de septiembre. El aislamiento del lugar me permite ejercitarme con el clarinete y poder trabajar las notas agudas que tanto molestan a todo aquel que me circunde. Los chavales son muy tranquilos y comunicativos. Cada mañana les invitamos a desayunar y ellos nos hacen el favor de rellenar de agua del pozo los recipientes de nuestras duchas o lavado de vajilla con sus potentes y jóvenes músculos. Después, cada uno se va a sus quehaceres y nosotros a teclear. Mientras tanto, el vecindario viene escalonadamente a cargar sus móviles porque es el único lugar que hay luz todo el día. Con esta excusa, charlamos un poco y nos informan de dónde podemos comprar huevos o pan. Al mediodía, Jes prepara sus sabrosos manjares con la habilidad de no utilizar demasiados ingredientes. Yo aprovecho para reorganizar los libros leídos de nuestra biblioteca que traslado a la parte de atrás y ordeno la despensa cambiando los frascos de legumbres y aceite al compartimiento del centro, donde tenemos lo que vamos consumiendo habitualmente.
Antes de comer, Maladis nos viene a visitar con la bata blanca y el estetoscopio todavía caliente de usarlo en la consulta del hospital público. Le ametrallamos a preguntas sobre Cuba. Es madre de dos hijos todavía pequeños y esposa de un ranchero que tiene hectáreas, yeguas, caballos y ganado vacuno. Es, lo que podríamos llamar, una persona totalmente convencida de que la obra de Fidel no tiene parangón. Su código de valores se asemeja bastante a cualquier mujer casada con hijos de cualquier país del “mundo capitalista”, no la de una persona que ha vivido en un régimen político que repudia cualquier atisbo de consumismo desenfrenado. Afirma que hay tiendas con todos los productos modernos que quieras de perfumería, ropa, comida, bebida,... Que todas las calles y edificios están perfectamente asfaltados y cuidados. Que todo el mundo tiene neveras sin CFCs, también coches estadounidenses, ... En fin, que Cuba es moderna y confortable para todos.

Por la tarde, después de la siesta vuelve con su compañera Sucel. Las dos llevan pantalones de mayas y camisetas de tirantes casi transparentes ajustadísismos a su figura de madres ya entradas en carnes, pero sin ningún complejo. Son muy simpáticas y genuinamente cubanas. Nos siguen contando las excelencias de su gobierno y lo paradisíaco de su país. Nosotros las invitamos a unos espaguetis a la manera de Jes que les sabe a gloria. A la caída de la tarde vamos todos a un bar con terraza en la calle de la vivienda del gobernador. Yo pido una cerveza negra llamada Sagrés que me encantó, Jes, que entiende más de estas bebidas, dice que es un asco y prefiere la Gines rubia.

Conocer a estas dos cubanas y después a una tercera, también médico, Marta, nos ha dado una perspectiva muy distinta de lo que nos imaginamos es la Cuba actual. En su casa nos enseñaron fotos de su zona, al noroeste de la isla. Calles peatonales, tiendas muy surtidas y modernas, la escuela de sus hijos un primor de orden y limpieza. Pero, insisto, a pesar de ser personas muy valoradas profesionalmente por su gobierno y haberse criado en un régimen donde la cultura está por encima de los demás valores materialistas que la sociedad de la abundancia valora tanto, su mentalidad no se diferencia en absoluto de cualquier persona de clase media baja en un país rabiosamente capitalista. No parece que tengan demasiadas inquietudes intelectuales ni espíritu crítico, sólo se centran en su profesión y en su familia. ¿Dónde está el espíritu revolucionario cubano?

1 comentario:

Isabel dijo...

Hoy han empezado las clases de música en la escuela. Ana Carme y Marta han preguntado por ti, Victoria. Yo les cuento cómo váis, os leo (aunque no comente, que ya tengo delito) y les explico cómo van las cosas. Te echamos de menos, sobre todo en clarinete... necesitamos alguien para el trío ;))
Cuidaros mucho. Isabel.

Fragmentos y descripciones de viajes geográficos sobre una silla de ruedas movida por energias insospechadas. (Los textos pertenecen o a nuestro libro, en curso, el Viaje de la vida).

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