Etiquetas

PSICONEWS

lunes, 16 de junio de 2008

En el ecuador del viaje

Patio de vecinos de la casa donde habitamos, propiedad de Fantha y Hussein
Restaurantito de Fantha

Casas de los mas pobres en Gao


Gao
7 de junio, a punto de llegar a la mitad del año, al ecuador de nuestro viaje. Hoy es un día donde el pesimismo me arrebata los sentidos.

Otra vez Níger, otra vez Mali. Nuestro ánimo se ha visto afectado negativamente por causas externas, en cierta medida previsibles si tenemos en cuenta la época del año y la zona geográfica. Las consecuencias en nosotros del insoportable calor cuando no dispones de un lugar en condiciones: noches en la furgoneta casi en vela por no correr una gota de brisa, los miles de granitos por el cuerpo de Jesús que le pinchan como agujas debido a la permanente sudoración y a las altas temperaturas, la insaciable sed que lasa los movimientos, la irascibilidad que todo ello nos provoca. También las pésimas infraestructuras que dispone África para personas habituadas a vivir con cierto bienestar; a no ser que quieras pagar lo mismo que en Europa: los restaurantes de africanos nunca disponen de lo que anuncian; en caso afirmativo, la calidad, higiene y precio es absolutamente surrealista, tampoco el interés por agradar al cliente o preocuparse por proporcionar una agradable sombra de árboles o techados de paja entra en sus esquemas. Cada vez más optamos por soluciones de urgencia cuando la deshidratación, el hambre o la rabiosa necesidad de dejar de sudar te corroen el espíritu: ir a un establecimiento regido por un europeo – un Centro Cultural, un camping, una biblioteca francesa o americana – Cuando no tienes ni un hotel o una casa fija donde poder refrescarte, todos estos inconvenientes te hace ver África desde una perspectiva en absoluto idílica, más bien odiosa.

Las estancias en los Monasterios, fresquitos, confortables, disponiendo de ducha y agua fría sin restricciones, comiendo calidad tres veces al día siguiendo un estricto horario, nos hace sentir el contraste, del vivir errantes en la furgoneta, cada vez con mayor intensidad. No sé si es la edad o la cantidad de meses que llevamos soportando estas extremas temperaturas que nos hace ver las cosas tan negras. Estoy segura de que, si dispusiéramos de un habitáculo en condiciones todo sería más agradable para los dos.

Ahora empiezo a comprender el porqué la Iglesia católica y las grandes ONGs, que llevan muchas decenas de años en África, se dotan de instalaciones tan confortables. Sus miembros fundadores son blancos y la riada de cooperantes, también; son personas no habituadas a estos climas y necesitan su pequeño oasis para poder rendir en el duro día a día que les espera. Esto no me impide cuestionar el cómo de sus actuaciones, tema ya señalado en otros capítulos de este blog.

En lo que queda de año y, dado que no podemos recorrer la totalidad del continente, estamos pensando en buscar un lugar, y habitar un mes, en cada uno de los países del oeste que nos queda por visitar. Con ello podríamos conocer e integrarnos mejor a la vida cotidiana del lugar sin preocuparnos de nuestro bienestar físico y psíquico.

Está claro que la furgoneta no está preparada para acogernos durante un año entero con un clima tan severo. Esta experiencia y nuestros huesos cargados de años nos obliga a replantearnos el tipo de vehículo para los sucesivos viajes de estas características que tengamos pensado realizar. El confort es imprescindible a estas alturas de nuestras vidas.

No se trata de tirar la toalla sino de ser prácticos, este viaje es una opción de vida y, como tal, hemos de buscar y encontrar el mejor camino para realizarla y disfrutar, tanto en el intento, como en la puesta en práctica.

Después de este desahogo, parece que me siento más serena y las cosas las empiezo a ver con el optimismo que siempre me ha caracterizado.

Seis días después

La suerte que nos acompaña es proverbial, cuando estamos a punto de la desesperación más insufrible, viene un ángel de la guardia y nos salva. Reposando una deliciosa comida africana con unas cocacolas casi congeladas en un restaurantito recién pintado y limpísimo. Comentamos a la dueña, Fantha, lo que estábamos buscando, ella piensa un rato, lo consulta con su marido y nos ofrece, gratuitamente, una habitación en su casa. No podíamos creer el ofrecimiento, así que regresamos para cenar y ella volvió a insistir. Quedamos en ir a verla al día siguiente. Jesús acompañó al marido, Hussein, y esa misma noche decidimos aceptar la invitación a pesar de que no hay patio suficiente para meter la furgo y el garaje es muy bajito. Desde ese día, cada noche vamos a cenar a su restaurante y, cuando cierran, a las 22h, traemos a su criada en la furgo y ellos vienen en la moto con su hijo de 1 año y 10 meses, Al Califa.

Cada día bendecimos, a nuestra manera, la invitación de este joven matrimonio. Las temperaturas que se están registrando (picos de 52º y de 45º) nos tumban en el sentido literal de la palabra. Sólo tenemos ganas de dormir y de ducharnos. El apetito sólo florece a la hora de cenar, cuando el sol se ha escondido. Por las noches, ella nos da un mejunje que consiste en mezclar jengibre en Fanta de naranja añadiendo unas hojitas de menta, todo en una botellita casi congelada que levanta a un muerto y abre las ganas de comer. Yo creo que ha sido este invento de Fantha lo que me ha resucitado. Jesús también está agotado, pero tiene más ilusión que yo por las cosas en este momento, no pierde el ritmo de escribir en el ordenador cada día, o de preparar té. Yo me siento derrotada físicamente, no tengo fuerzas ni para soplar el clarinete y me paso el día durmiendo y mojándome vestida en la ducha para mantener por más tiempo el frescor. Es después de cinco días de letargo estival que empiezo a tener ganas de hacer algo.

Es en estas situaciones, cuando uno desea abandonarse - no comer y sólo beber por dentro y por fuera- ves lo importante que es compartir tu vida con otra persona. Yo, que siempre suelo ser la fuerte y la optimista, por unos días he perdido el oremus y Jesús ha sido un auténtico ejemplo de fortaleza y optimismo. La convivencia es genial porque está llena de compensaciones que, continuamente, regulan los desajustes que uno de los miembros puede tener; siempre está el otro que te anima y te cuida.

Ahora, yo duermo en una habitación sobre una cama de hierro trenzada con cuerda de colores (típica de esta zona) sin colchón, pero con una tela nuestra para evitar rozaduras. Jesús, en la furgoneta porque no se fía de dejarla sola en la calle, aunque ya ha instalado la hamaca de colgar dentro de la habitación y duerme ahí la primera parte de la noche. De vez en cuando, nos ponemos al día de las noticias en la TV con antena parabólica situada en el salón típicamente árabe, decorado de la siguiente manera: una alfombra de tonos rojizos que cubre todo el suelo, sofases pegados a la pared un forma de hilera con almohadones , un ventilador de aspas en el techo, una mesita de madera y la TV. Es curioso las pocas cosas que tiene en las casas, independientemente de si son pobres o ricos, parece que no tienen tantas necesidades como nosotros, por ejemplo: no vemos la cocin, sólo un hornillo de carbón en un rincón del salón (imagino que es porque ya la tiene en el restaurante), no hay armarios, el cuarto de baño (con ducha, lavabo y retrete) sólo lo usamos nosotros. Me pregunto: ¿dónde se duchan, dónde lavan la ropa que siempre la llevan tan impecable, dónde la guardan? Son misterios que, cuando tenga más confianza con Fathima, le preguntaré.

El problema del polvo es terrible cuando vives en una casa sin cristales en las ventanas, como es la gran mayoría. Esta noche, como es habitual, la especie de tornado que asola la ciudad sin asfaltar hace que la arena cubra todo lo que pilla, incluido la boca y dentro de la nariz. El proceso es el siguiente: un fuerte viento, arena en suspensión que no te deja ver a más de un metro, como si fuera niebla y después lluvia cargada de arena. Este proceso suele durar de 1 a 2 horas, pero esta noche yo creo que han sido 4 horas de golpeo de puertas y fresquito entre corrientes. El espectáculo dantesco es cuando amanece y ves el resultado, todos los objetos cubiertos de arena: bolsas, tetera, cama, botellas, ropa... y, con el agravante de que ni hay luz, ni agua hasta que los vuelvan a conectar. Asi que, para evitar la entrada de tanta arena, o te pones cristales en las ventanas y luego añades aire acondicionado, o te esperas a que asfalten las Calles. Mientras tanto, los pobres, a tragar polvo, mojándote literalmente en la ropa que llevas y beber mucho líquido para no deshidratarte.

Esta experiencia de vivir en una casa con nativos era algo que deseábamos hace tiempo. A pesar de que, realmente, no compartamos toda la jornada con nuestros anfitriones, porque ella se pasa el día en el restaurante y él unas horas, con horarios cambiantes, en el aeropuerto como meteorólogo, para después hacer de canguro de su hijo. Nos sentimos muy a gusto y muy libres como sus huéspedes. La vivienda tiene muchas habitaciones y un gran patio cerrado que da a otros vecinos jóvenes; uno de ellos es profesor de inglés en el liceo cercano y es encantador, de vez en cuando, compartimos agua fría en bolsitas heladas que nos trae un chavalín o nuestro té turco, otro, muy joven y con cabellos largos, es estudiante de Biológicas. Por las mañanas es el único momento que nos vemos con los vecinos porque hace fresco y tomamos el té en el patio. En la casa de al lado vive un francés casado con una rica malienense, tienen dos hijos pequeños y regentan – él los dos mejores y más caros albergues de la ciudad, ella dos pubs -. Parece ser que el suegro de él es un importante político, además de rico (si era rico antes o después de ser político, no lo sé). Otra curiosidad es que en una misma calle, toda llena de arena, pueden convivir sin problemas, vecinos paupérrimos con rebaños de bueyes que salen a dar una vuelta y mansiones muy ostentosas como la del francés. Cada día vienen vendedores a ofrecerte cosas ( rápidamente corre la voz por el barrio de que hay blancos nuevos y...) niños con mangos, con menta, tuaregs artesanos... En fin, siempre picamos porque son encantadores.

Nuestra integración en la vida africana está llegando a situaciones insospechadas y prohibitivas según los consejos sanitarios dados antes de salir de España: Bebemos en vasos en restaurantes de cierta categoría, bebemos agua del grifo y sin filtrar, utilizamos los cubiertos que nos incluyen en cualquier Maquis de la calle... Y, por ahora, nuestra salud no se ha visto afectada por ninguna diarrea más larga de un día.

África es como un hijo “difícil”, te puede desesperar, pero no la puedes dejar de querer.

No hay comentarios:

Fragmentos y descripciones de viajes geográficos sobre una silla de ruedas movida por energias insospechadas. (Los textos pertenecen o a nuestro libro, en curso, el Viaje de la vida).

Flash en el Grafito

Flash en el Grafito
GrafitoEnmarcado