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domingo, 27 de abril de 2008

Personajes

Frère Gilbert Frère Adian con Jes




Sor Lea.
Africana de Burquina Fasso, menudita - de 52 kilos escasos -, licenciada en Física y Química en Francia y en su país. Cinco hermanos y todos con carrera universitaria o formación en un oficio gracias a la insistencia de su padre, que hizo lo imposible para que sus hijos no vivieran en la misma pobreza e ignorancia que él. Con otras dos religiosas más vive en comunidad en la capital haciendo apostolado y coordinando las actividades de una fundación holandesa dedicada a la promoción de los discapacitados en países en vías de desarrollo.

La conocimos en el monasterio benedictino de monjas en Koubri (BF) cuando pasaba una temporada de reposo debido a su hiperactividad. Se nota que es una mujer de mundo y que conoce muy bien la idiosincrasia del europeo. Su formación intelectual es muy basta y eso le hace ser muy abierta y comprensiva. Es rápida en las respuestas y toda ella es un cúmulo de recurso para resolver problemas. Le encantan los desafíos y es capaz de mover cielo y tierra para responder a cualquier duda que le plantees si no está muy segura de estar en lo cierto. Es una mezcla de humanidad y temperamento de hierro. Para un blanco es una maravilla sentir que hablas de tú a tú y que no te recuerda que el negro se siente inferior ante un blanco; te mantiene la mirada, no importando si es a un hombre o a una mujer; es capaz de combinar la prudencia - respetando la intimidad del otro - y la espontaneidad - haciendo bromas o tocándote - que, entre personas religiosas de estas latitudes, estaría mal visto. Con ella hemos compartido conversaciones muy interesantes y risas espontáneas ironizando sobre cosas que a otras religiosas podrían escandalizar. Es tan inteligente que es capaz de mantener sus principios, sin necesidad de defenderlos, ante cualquier contrincante por muy en las antípodas ideológicas que esté de ella. Es un placer haberla conocido y así se lo manifestamos en nuestra despedida con dos besos cariñosos, excepcional actitud en un ambiente donde la mano es la única manera de saludar.

Padre Gilbert

Benedictino francés de 84 jóvenes años. Menudo, elegante, sin un átomo de grasa sobrante, con un cayado, un gorrito de algodón y enfundado en unos pantalones de pana mostaza y un niki beige. Desde el primer día nos tomamos afecto mutuamente, le pareció curioso que escribiéramos un libro sobre nuestro viaje y siempre nos remite a otros padres por si queremos añadir anécdotas o historias del monasterio a nuestro diario de ruta.

Cada día nos hace una corta visita, tan discreta y sobria como todo él. Aparece dulcemente y, si no le hemos visto, palmea para pedir permiso a nuestra intimidad. Le invitamos a sentarse y tertuliamos sobre el tiempo o el pasado del convento. Si no le interesa responder a según que preguntas - sobre el nuevo papa, o sobre las relaciones con los nativos o la convivencia entre ellos - sus vivos ojos azules parece que nos guiñan acompañados de la sonrisa siempre permanente que le permite no responder, o sino, pone su mano en la oreja del oído sordo y cambia hábilmente del tema. Su placidez y respeto ante todos los temas y personas que sondeamos en nuestras telegráficas conversaciones, para mí es la de un sabio, no necesita hablar, sólo sus gestos ya te indican si quiere o no profundizar sobre el tema. Cuando quiere irse, busca su viejo reloj en el bolsillo y dice, me voy, nos veremos después. Físicamente me recuerda a un tío mío que murió el año pasado, supongo que, por ello, le he tomado mucho afecto y disfruto tanto con su presencia.

Frere Adrian

Francés benedictino de 82 años saltarines y dicharacheros. Llega cada día a visitarnos como un ciclón, expulsa todo lo que le apetece decirnos en ese momento y se va tan rápido como ha venido sin darse cuenta si le hemos preguntado algo. Pequeñito, lleva una larga barba desmadejada que, algún día, fue pelirroja, su vestimenta de turista jubilado bastante decolorada con el uso, no contrasta con su aspecto de indigente simpático y vivaz. Es uno de los fundadores de este monasterio, cuando todavía había leones porque era el límite de una zona con la plaga de la mosca tche tche que había diezmado a la población, al que, hace unos 50 años, llegó después de una vida de aventurero. Su gran mérito, para nosotros, es el tesón con que ha llevado a cabo en la zona la posibilidad de aprovechar y canalizar las grandes lagunas que se forman durante la sesión de lluvias (unas 100 que no todas han sido aprovechadas adecuadamente) y que han posibilitado que los nativos tengan tierras con cultivos de: arroz, mangos, plátanos, verduras de huerto, y pesca. En nuestra excursión con él, hemos comprobado que su entusiasmo y vitalidad no tiene límites. Sigue siendo un “enfant” de 84 años.

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Fragmentos y descripciones de viajes geográficos sobre una silla de ruedas movida por energias insospechadas. (Los textos pertenecen o a nuestro libro, en curso, el Viaje de la vida).

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