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domingo, 27 de abril de 2008

Enganchandonos

Koubri 15 abril 2008
Preveía una despedida especial pero no tan encantadora. Todas las soeurs con las que hemos tratado los cinco días que hemos estado compartiendo parte de su espacio han venido a despedirnos mientras nos organizábamos en la furgo para salir. Nos damos varias veces las manos. También estaba con todas las demás Marie Pelarie, la más joven, la que nos ha traído las bandejas de comida a la cabeza, con la sonrisa permanente, como todas las demás. Nos han dado regalos para la partida: cacahuetes que preparan como almendras garrapiñadas y mermelada artesana. Unas joyas de mujeres. ¿sólo Hermanas? Más que eso: madres ancestrales. Nos será difícil encontrar gente tan acogedora. Recordaremos –y recomendaremos- sus comidas; también Diabo, un lugar para volver. Diabo ha sido el primer lugar realmente aldeano en el que hemos pasado varios días seguidos. Algo parecido a la prota de la mujer del teniente francés pero sin vistas al mar y sin esperar el regreso de nadie. Sus vecinos recordaran nuestra imagen de los paseos al atardecer. Seguimos pensando en la posibilidad de instalarnos en alguna aldea pequeña a pasar unos días o semanas pero eso sería para cuando volvamos a recuperar las condiciones de movilidad de antes. Para eso deberíamos resolver la cuestión de la recarga de la batería auxiliar para poder seguir con nuestro libro de viaje. Vic no duda en decir que somos escritores cuando nos preguntan sobre nuestro trabajo actual. En francés escritores y escribanos suena muy parecido.

Hemos hecho de una tirada el recorrido hasta Ouaga. De paquete hemos traído a Benjamín, alguien emparentado con alguna monja la cual nos ha pedido que lo trajéramos. Las congregaciones tienen unos espacios reservados para sus familiares cuando las visitan. Una vez en la capital el hombre no sabia muy bien donde iba. Nos ha dicho que su destino era otra provincia. Al decirle que nosotros veníamos hasta la capital y que nos íbamos a quedar en un cyber se ha reído varias veces sumiéndonos a nosotros dos en la perplejidad en la que él parecía estar. A continuación nos ha dado por repetido las gracias: barka, barka,… y se ha ido.
Nosotros nos hemos instalado en un cyber que ya habíamos usado en otras ocasiones. Hemos coincidido con un chico ataviado al estilo reggae que conocimos en Chez Alice que se dedica a vender artesanía burkinabé en Lome y que Vic le compró unas pulseras. Vic ha podido trabajar con su propio portátil, el mío recibía la señal de conexión a internet pero no he podido acceder a ningún site. Posiblemente hay un problema de configuración que no he sabido arreglar. Despues de eso hemos ido a la caja del tesoro (otro cajero automático) a sacar más cefas. Solemos sacar entre 100 y 140 mil cada vez que lo usamos. Recientemente hemos hecho el recuento de nuestros recursos económicos. No sabemos muy bien si gastamos mucho o poco y ni siquiera estamos muy al corriente de las comisiones bancarias que pagamos por cada retirada de dinero. Lo único seguro es que del capital líquido con el que vinimos no hemos cambiado a monedas locales ni la tercera parte, lo cual es un buen síntoma de media. Siempre es conveniente llevar dinero en euros para una emergencia. Una vez aquí nos dimos cuenta que teníamos que haber venido con algo más de lo que trajimos. Seguimos aprendiendo.
En Koubri preguntamos para reorientarnos hasta el monasterio benedictino. Antes de coger la pista de tierra nos abastecemos de bebida en un almacén: una caja de 12 flags y un lote de una docena de colas con envase de plástico. Me sorprende la poca diferencia que hay entre el precio de mayorista y su precio por unidad en las buvettes. Para llevarnos los cascos he de dejar más de 4000 cefas en depósito. Damos por descontado que encontraremos alojamiento en el monasterio. También compramos tres arboles frutales que levantan algunos palmos del suelo con la intención de donarlos como regalo.
En el doble monasterio preguntamos en el de ellos y luego en el de ellas. Tomamos un apartamento algo más retirado de las habitaciones exiguas pactando un precio que es algo más de la mitad de lo que nos piden a cambio de no usar el climatizador. Trato hecho. Nada más llegar confundo un hombre que va con una túnica blanca y una cruz roja con el sacerdote al cargo de las misas. Me saca de mi error. Me dice que esta de reposo porque se encuentra algo mal. Die que nació el día de st. Vicente Ferrer y asi se llama ose hace llamar Vicenzo Ferrero. Es un italiano convencido de sus creencias, nada mas verme me pregunta si soy religioso. No, soy espiritual –le respondo-. Trato de despistarle aclarándole la diferencia entre espiritualismo y espiritismo pero no cae en la trampa. Me aprieta contra las cuerdas preguntándome si soy católico. Vuelvo a tratar de eludirlo hablándole del pasado católico de todos los españoles por definición de estado. Finalmente me pilla cuando le declaro que no somos ritualistas. Hace un gesto de desaprobación pero se despide de mi plantándome sus mejillas barbudas en las mías ídem a modo de besos de cofrade. En todo momento me ha parecido inofensivo y buena persona, algo loco que recuerda a los cruzados que iban a matar moros en la época hispana de la que da vergüenza acordarse, una entre tantas. Repasando mentalmente los cromos he recordado que sus cruces eran más grandes y además llevaban espadas chorreando sangre. No es el caso. Luego en la mesa del refectorio el hombre no ha resultado tan dogmatico. Conoce a los italianos de Tanguieta y nos ha contado algo de Juan de Dios antes de que fuera santo cuando lo metieron o trataron de meterlo en un manicomio. Nos ha aclarado que primero es napolitano y despues italiano.
La cena nos ha devuelto a los límites de la realidad que inevitablemente pasan por cocinas donde el arte se ha escapado por el sumidero. En cuanto a la habitación, la primera que nos ha mostrado la soeur encargada ha sido fantástica, una suite, en realidad un apartamento con cocina, cuarto de baño, comedor y dormitorio. Al plantearle un precio alternativo al suyo (despues de estar malacostumbrados por los precios anteriores desde que hacemos vida peri-monjil) nos ha presentado una habitación muy pequeña cuya accesibilidad para la silla de ruedas y para pasar varios días hemos valorado como impracticable. Finalmente hemos conseguido la suite que en realidad es una casita algo mas alejada del pabellón de habitaciones contiguas por 7mil francos –el precio de uno por los dos- con las 3 comidas, una ganga.

Hay mil detalles de la gente de África que nos vienen enganchando. No me extraña que algunos europeos sensibles como el dibujista Edouardo di Muro, un artista, cuyos dibujos de hace unos 30 años siguen retratando las realidades de ahora, vinieran un día -él como empleado en un carguero- y se quedaran a vivir para siempre. Cualquiera detrás de su aspecto de miseria nos puede dar lecciones. A ratos nos equivocamos con las señales que vemos y a ratos creemos captar más y más sus matices. Algunas de las imágenes que en un principio podrían habernos parecido como falta de medios y resultado de la miseria estamos empezando a reconocerlas como las más apropiadas y en todo caso mejores que las que estamos acostumbrados a ver en nuestras latitudes. Cada mujer lleva su bebe a la espalda sostenido por un foulard que ata delante sobre sus pechos con dos clases de nudos, el principal que recibe el mayor peso sobre ellos y el secundario abajo, este termina recogiendo los extremos debajo de la misma tela. Los críos suelen ir a bordo de sus mamas hasta el año, con las piernas completamente separadas y generalmente durmiendo. No se les ve llorar ni meterse el pulgar en la boca ni meterse una tetina de plástico. Simplemente se pasan unos 9 u 11 meses de paquete lo mismo que se pasaron otros 9 en el claustro con absoluta tranquilidad. Despues de ese periodo aterrizan, gatean un par de semanas y empiezan a ir de bípedos por el mundo ayudados por otros niños sin demasiado caso materno. Todas las tonterías infantiles de los blancos no existen en la población infantil africana. Contra lo que puede parecer las mujeres no tienen problemas de espalda o al menos no se quejan por ellos. El mismo niño cargado en la parte delantera crearía problemas de cervicales. Hemos pensado sobre el hecho de llevar al criajo delante o detrás. Delante aparentemente recibe más control y atención materna, pero no necesariamente va mas seguro. Detrás el bebe ve siempre la espalda y tiene que hacer esfuerzos con su cabecita para mirar un poco a izquierda y a derecha el paisaje que se le mueve. A la madre le ve un rato la cara al desmontarlo y antes de remontarlo. Quizás con eso interioriza antes la independencia mutua del uno y del otro, algo que otros tratos de los blancos pegan a los críos a una psico-dependencia de la que algunos no salen aún habiendo rebasado la cuarentena-de años- de edad. Un tema de reflexión para la pediatría moderna.
En atrotinadas bicicletas, mujeres cargan sacos de hasta 50 kilos llevando el grano de su comida, mas bártulos encima sin olvidar el pasajero a la espalda. Su modo cadencioso de pedalear su modo de saludar llevando juntado las dos manos forma parte del arte cotidiano visual. La sonrisa permanente es uno de los mejores capitales con lso que nos encontramos.

Desde que Vic va en la parte de atrás de la furgo me da la impresión que estoy haciendo el viaje solo. Durante su convalecencia apenas hacemos tramos pero los pocos que hacemos casi no podemos hablar por el ruido y mi crónica falta de voz. Espero conseguir un tubo a modo de los que usaban los barcos de antaño para comunicar el puente con la sala de maquinas, o la de torpedos con la del almirante de un submarino para seguir con nuestra interminable conversación sobre la vida. Desde que Vic y yo vivimos juntos apenas si puedo recordar más de dos circunstancias en las que pasara más de un día en que no habláramos. Hablar es beber el agua de la vida.

Tengo una fea costumbre no tolerable por el rictus mortis de ninguna academia: mezclar en la misma página, a veces en el mismo párrafo, menciones de nombres completamente desconectados: el de alguien que acabo de conocer y que en principio pasará en mi vida como un personaje absolutamente secundario –y, desde luego, yo en la suya- y al que no volveré a tratar, con la cita de un nombre ilustre fácil de encontrar en un diccionario biográfico o científico. No creo que los del segundo grupo hayan superado con sus ideas lo que vienen enriqueciendo con fraseología popular los del primero. Lo cierto es que se puede aprender de cualquiera. La vida tiene dos clases de ventanas: las que dan a la calle y las que dan al interior de la casa o de uno, las que dan a las paredes, a las estanterías, a los libros o ahora mas modernamente a Digitalandia. Desde las primeras observamos y a veces preguntamos. Dentro de la figura más inapetente que podamos ver puede haber un templo de saber. Como la tradición europea de la indiferencia manda, al no preguntar nos perdemos abrirle las puertas a ese lugar para conocer sus mensajes. Y es que la gente se acostumbró bastante mal con el oráculo de Delfos y sigue con las malas costumbres más modernamente con las universidades ignorando el saber fuera de sus instalaciones.

La soeur encargada de las habitaciones viene a interesarse por nosotros a lo que ya tomamos como un chalet. Se preocupa por el restablecimiento de Vic y nos confirma nuevamente que acepta nuestra contrapropuesta de precio de alojamiento aunque nos pide algo más por el consumo eléctrico que producimos con el ordenador. Vale. Nos da una larga explicación sobre su forma de autofinanciación y lo conscientes que son de gente que viene acudiendo a su espacio para el descanso o el retiro y no participa de sus creencias. En los establecimientos piadosos queda al descubierto desde el primer momento quienes vamos como usuarios de recursos y quienes van cumpliendo promesas rituales. A los primeros se nos descubre con la primera falta al primer servicio religioso programado. El monastere se llama Notre Dame. Tiene una enorme extensión de territorio. Algunos nativos vienen atrabajar o a alojarse. Una de ellas, una chica con un bebé de 3 meses con paludismo viene a saludarnos. Nos ha reconocido. Estaba en Carmen Kisito cuando fuimos a dar la charla dos meses atrás.
La primera vez que pensé en venir a África, de eso hace más de dos terceras partes de mi vida fue para ayudar. Ahora que estamos aquí como viajeros y observadores nos apetece más vivirla en sus escenas que no pensar en ningún proyecto. Lo que traemos entre manos ya es un proyecto. Cuando el otro día alguien nos trató por dos veces como misioneros sonaron nuestras alarmas internas. ¿Venir nosotros para una misión? No y varias veces no. El rol del buen samaritano nos resbala. Vamos sobrados formando parte de las conversaciones y del paisaje. No nos ha vencido el egoísmo tampoco el desinterés. Somos víctimas, o el resultado de la filosofía. Pensar algunas cosas básicas evita lanzarse de cabeza a según que acciones. A los 20 años, también a los 30 y más queríamos cambiar el mundo, desde los cuarenta nos conformamos con que el mundo no nos cambiara a nosotros, ahora a los cincuenta sabemos que hay cosas del mundo que no deberían haber cambiado nunca. Hay seres humanos que te hacen sentir orgulloso de pertenecer a su especie, claro que también se puede decir justamente lo contrario cambiando de contextos y teniendo la mala suerte de tener un revés experimental con alguien. Una idea en nuestra defensa es la de Mohammed Ali que dijo que quien tiene la misma visión del mundo a los 20 que a los 50 es que ha perdido treinta años de su vida. En cambio nos sentimos agradecidos al formar parte de la cotidianeidad africana. La pauta sigue siendo la calle y el contacto con los demás a pesar de nuestra prolongada suspensión de la actividad quilométrica.
Estamos contentos con el viaje que estamos haciendo y a estas alturas ya se puede reconsiderar que África es un lugar para volver y no solo un continente a cruzar y punto ya está hecho. A nuestros cuidados para no colocarnos en situaciones de riesgo no olvidamos el consejo de Horacio: mezclar la prudencia con una pizca de locura.

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Fragmentos y descripciones de viajes geográficos sobre una silla de ruedas movida por energias insospechadas. (Los textos pertenecen o a nuestro libro, en curso, el Viaje de la vida).

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