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jueves, 19 de junio de 2008

Jes y yo


Gao, 19 de junio de 2008


Jes, menudo, proporcionado, eterno “enfant terrible”, conversador inteligente en minúsculas tertulias, nervioso en sus movimientos, pausado en sus respuestas. Alérgico al boato, a los falsos halagos, a ser manipulado – tanto por los bienintencionados como por los malintencionados -, a los grandes espacios públicos, al ruido y al humo de los locales impersonalizados. Amante de las causas perdidas, de la intimidad, de la palabra llena, de los dilemas imposibles, del tú a tú sin impuestas jerarquías.

Jes, delirio de sensibilidad que su piel eriza a partir de una sutil caricia. Vibra por cada uno de sus sentidos; pero, en donde más inconfundiblemente se manifiesta es en todo aquello que afecta a su corazón, a sus sentimientos. Por una adversidad que violente su estado emocional todo su ser puede parecer que ha sufrido un desequilibrio de su sistema inmunológico: desde un fuerte dolor en el pecho, a brotarle granitos rojos y molestos, o a perder el control psicomotriz y golpearse con lo más absurdo. En esos momentos es naturaleza en su estado más puro, lo racional no participa, puede odiar al mundo en un segundo, para después, volver a su entrañable sentimiento amoroso por la persona amada o por la causa defendida.

Por otra parte, el cuestionamiento permanente sobre el estado de las cosas, de la vida, de todo aquello en que participe el ser humano desde su individualidad a su gregarismo, es como una especie de sello impreso en su ADN que le es imposible evitar. Nunca baja la guardia aceptando una conversación sobre lo intrascendente, sobre lo más ordinario y práctico de la cotidianidad; ello es demasiado vulgar y mecánico, no requiere esfuerzo intelectual ni creatividad. El ser pensante es su ideal de humano, un ser que busca los porqués y no la fe, que cree en el conocimiento y le disgusta la palabrería. Es amigo de la polémica, sí, pero por el afán de reconstruir argumentos, de contrastar ideas e intercambiar conocimientos.

Pero si con la tertulia y el discurso oral disfruta, la escritura sin descanso de todo lo que vive, le rodea y piensa es su verdadero motor de existencia. El mundo es una excusa para hablar de él, es un lugar lleno de personajes y de situaciones dignas de plasmar en forma de obra teatral, novela, poema o ensayo filosófico-político. Todas las situaciones vividas las canaliza o filtra como en el caso de sus decepciones, disgustos o sinsabores. La grafía – y, actualmente, el dígito - es su gran terapia, es su refugio y su forma de aislarse de todo lo que le inoportuna: el ruido, la injusticia, los desencuentros personales...

Jes es mi confidente de alegrías y miserias, mi amor y mi tormento a la vez. Amor porque no concibo vivir sin su presencia, sin sus “te quiero” que me recuerda a cada instante, sin su incondicional dedicación en momentos difíciles. Tormento porque mucha de nuestra cotidianidad nos fricciona, nos desencuentra, nos hace ver al otro incompatible para las pequeñas cosas que son imprescindibles para las grandes cosas: el orden, la limpieza, la estética, las fórmulas sociales; elementos todos ellos que forman parte de la educación. Nuestra infancia ha sido diametralmente opuesta en lo vivido: Jes prefiere olvidarla y yo, recordarla. Después de años de convivencia, el amor entre los dos sigue estando por encima de la vulgaridad cotidiana, a pesar de que lucha por sobrevivir a las desavenencias propias de la personalidad.

La personalidad, gran palabra que yo defino como el sello físico, psíquico y sentimental que cada individuo ha ido perfilando a lo largo de los años y que, en la edad madura, llega a su máxima consolidación y es casi imposible modificarla. Nuestro encuentro, nuestro amor nació en edad madura, cuando ya todo en nosotros estaba fijado, impreso en nuestra psique. Así pues, luchar por cambiar al otro en lo que consideras desavenencias, siempre resultará una tarea inútil y absurda. La discusión es sólo porque necesitas encontrar el espacio que cada uno necesita y no para imponer al otro su criterio.

Desde el primer momento le consideré mi príncipe azul que venía a defenderme de los peligros del mundo. Profunda conciencia de lo que es la economía doméstica, con él aprendí la importancia del ahorro, de lo absurdo del despilfarro y de la importancia del intercambio, entre otras cosas.


El año 1992 fue decisivo para mi vida. Mi madre murió y me sentí huérfana por primera vez a pesar de que ya había perdido a mi padre a los 20 años. Ella ha sido, y todavía lo es, un modelo de espíritu y de manera optimista de ver la vida. Ella siempre ha estado al pie del cañón en mi vida sin entrometerse para nada, en reserva por si la necesitaba. Tan especial ha sido que, incluso para morirse puso en práctica su emblemático lema: “el decimoprimer mandamiento, no estorbar”, apagándose como una velita en el mismo banco de la iglesia. Gracias al testamento elaborado por mis padres, cuando ella murió tuve el privilegio, por mi condición de discapacitada, de recibir una herencia muy superior a la de mis hermanos, con ella me compré un piso y los muebles eran por primera vez nuevos y no de segunda mano o regalados. Tenía 40 años, una existencia muy intensa y un trabajo estable. Pero, cuando terminé de decorar mi nuevo pisito con el patio floreado, que tanto le hubiera gustado toquetear a la autora de mis días, me sentí muy sola y desvalida. Mi vida no tenía sentido si no la podía compartir con alguien muy querido fuera de mi círculo de familiares.

El año 1994, con 42 años conocí a Jes. Tuve lo que se suele decir, un flechazo, sus ojos de caramelo con pintitas verdosas me deslumbraron, sobre todo cuando los entreabría como para protegerlos de la luz y a mí me parecía que me invitaba a descubrir sus misterios. En nuestros sucesivos encuentros, nuestras coincidencias de vida y de pensamiento eran cada vez más asombrosas: misma edad, años de militancia en la clandestinidad, años de ecologismo, desencanto político y muchas ganas de vivir. Siempre tuvimos miedo de las palabras que te obligaran a un compromiso formal. Sus experiencias como padre, como marido o como pareja de otras mujeres le hacía ser cauto. Yo nunca me casé, ni fui madre, ni viví más de dos o tres meses con las parejas que tuve, la mayoría eran más jóvenes que yo o con necesidades opuestas a las mías; se puede decir que mi vida amorosa ha sido una suma de desencuentros que me han llevado a quererme más porque pensé que me tocaría vivir sólo conmigo hasta el final de mis días, y eso suponía aprender a entenderme, a soportarme y a disfrutarme.

Pero, cuando uno piensa que está todo perdido, el destino, o no sé qué suma de factores cósmicos, aparece lo que tu corazón necesita en ese momento. En las sucesivas citas que íbamos teniendo, mis sentimientos hacia él eran confusos; por una parte, era una persona demasiado nerviosa porque siempre tenía prisa y no el tiempo que fuera para estar juntos, por otra parte, parecía sereno y tranquilo cuando disertábamos de los miles de temas que nos preocupaban. Con su bien proporcionado cuerpo menudo y su aspecto de bello joven, siempre pensé que era una privilegiada si algún día él me elegía como favorita en su vida. Desde el principio observé que era una persona de gran atractivo para las demás mujeres y que eso le halagaba soberanamente. La inseguridad sobre mis encantos me hace, constantemente, estar al acecho de sus ocultos deseos por otras damiselas.

Ahora, después de 12 años y medio de convivencia, pienso que somos unos héroes del amor. Hemos acumulado experiencias: las manías que cada uno fija con los años han ido evolucionando de la intransigencia al respeto, los espacios compartidos nunca han perdido la cuota de individualidad, los deseos ahora son ternuras, las pasiones, actos de solidaridad y confianza en el otro. La relación, nuestra relación, es un continuum de reajustes: discusiones-besos, peleas-risas, monólogos-diálogos... que la hacen activa, transparente, compleja y nunca tediosa.

Con 55 años ya no somos ningunos chavales, pero sí nos sentimos desplazados respecto a la mentalidad o la vida de la mayoría de las parejas de nuestra generación. Nos identificamos más con los que todavía tiene curiosidad por las cosas, que con los que piensan que ya lo tienen todo vivido o les aterra los imprevistos, independientemente de su condición o edad. Aunque siempre instalamos nuestro inquebrantable ritmo cotidiano de escritores allá donde vamos, no dejamos de disfrutar de las novedades o sorpresas que la aldea, la ciudad o el país te ofrece.

Jes, de naturaleza tímido y reservado, en los viajes se transforma en dicharachero y gregario: busca cualquier excusa para conversar con las personas, pasea y se entretiene con el o la vendedora del lugar comentando la calidad-precio del producto, o con no importa quién le diga hola. Gracias a eso hemos conocido a gente muy interesante, que, de primera impresión no te lo parecería; también, claro está, se ha producido el efecto decepcionantemente contrario. Con su capacidad de convicción, hemos conseguido dormir gratis, y con toda la seguridad del mundo, en los lugares más variopintos: aeropuertos, parroquias y misiones católicas, casa particulares... En este sentido, su habilidad no tiene límites. En alguna ocasión hemos llegado de noche cerrada a un lugar inhóspito y hemos encontrado un grupo de hombres sentados tranquilamente y que yo consideraría de poco fiar; pues él se para tranquilamente y les pregunta cualquier cosa sobre su indumentaria o sobre algún detalle del entorno, eso les desconcierta tanto que se rompe el hielo de la desconfianza mutua y, al final, te consiguen un aparcamiento en el lugar más seguro del pueblo, donde hay luz toda la noche y un vigilante. En otras ocasiones, por ejemplo, ante policías corruptos, en plena noche o con un sol de justicia, que te paran buscando cualquier excusa como que no llevas el cinturón de seguridad y te piden una desorbitada cantidad en concepto de multa (sin recibo) o un regalo; él consigue darle la vuelta al asunto, de tal manera, que ellos se sienten culpables y te piden que les alguna medicina para sus males antes de despedirnos.

Pero donde es la estrella incuestionable es en los viajes. Su sentido de la orientación es perfecto, nunca se pierde ni tiene miedo a equivocarse de camino, siempre encuentra la alternativa para llegar al destino – en ese sentido me ha enseñado mucho, aunque no he aprendido del todo a orientarme, ahora no me desespero si me pierdo, tengo más recursos que antes y no tengo miedo-. Cuando llega a una ciudad hace, lo que yo llamo, el paseíllo de reconocimiento: busca el centro o el punto más característico y, desde allí “coloca” al resto de la ciudad.

Respecto a su prodigiosa memoria, me siento como una maleta cuando me refiere detalles concretos de algún pueblo o ciudad donde ya hemos estado. Al consignar por escrito todos los detalles del día, cuando volvemos a un lugar, se acuerda perfectamente del paisaje, de la fecha y de lo que hicimos en su momento; yo, es como si fuera por primera vez, todo lo he olvidado. Pero es una memoria selectiva: guarda todo aquello que suponga una historia a literaturizar, no lo que es inmediatamente práctico para su cotidianidad; es decir, olvida al segundo: dónde ha puesto la bolsa del dinero, dónde ha puesto las llaves, dónde están las cosas en la casa o en la furgoneta...; en ese sentido, la prodigio en memoria soy yo.

Si, por un lado valora lo que normalmente se considera poco pragmático: filosofar, pensar y reflexionar. No por ello ha dejado de desarrollar una serie de habilidades que le han servido para ser un superviviente nato: bricolagea cualquier cosa, cocina con lo mínimo, lo recicla todo aunque durante años no sepa para qué necesita tanto chisme acumulado, de tal manera que puede conseguirlo todo gastando lo imprescindible; yo no tengo en cuenta el gasto de las cosas y esto le enerva bastante. En otros temas la convivencia puede tener algunos roces: yo aprecio más la calidad que la cantidad; el orden y el vacío en las paredes que la hiper-ocupación del espacio, comer poca cantidad y de calidad que lo mismo muchas veces. En fin, que parece más hijo de familia numerosa que yo, prefiere hacer un perolo de avituallamiento para varios días que trabajar cada día variando el menú, eso a mí me desespera. Imagino que cada pareja debe de tener sus batallas domésticas, no debemos de ser los únicos.

En cuanto a nuestra comunicación, por el momento no ha perdido un ápice de frescor. A veces estamos muy extrovertidos y las palabras nos sale como cascadas, tanto, que tenemos que auto-controlarnos para no interrumpir al otro. Otras veces sólo es uno el que quiere hablar y el otro se pone en actitud de estar atento:“perrito de trapo instalado detrás del coche que te saluda por la ventanilla y accionado por un dispositivo que siempre dice sí con la cabeza”, cuando en realidad su mente está en otra parte. Entonces te callas o provocas que el contrario baje de su nube.

Yo creo que el amor entre dos dura cuando no deseas educarle, cuando respetas la individualidad y cuando hay diálogo y no tienes miedo de decir lo que piensas. Por lo menos a nosotros nos ha ido bien hasta ahora.

1 comentario:

pepita pulgarcita dijo...

..gracias. por compartir esos sentimientos tan lindos, por dejarnos espiaros a través de éste agujerito en la red

Fragmentos y descripciones de viajes geográficos sobre una silla de ruedas movida por energias insospechadas. (Los textos pertenecen o a nuestro libro, en curso, el Viaje de la vida).

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