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martes, 18 de marzo de 2008

Yovo: el blanco discriminado




Bohicón 14 marzo 2008
Después de hacer unos 30 kms entre pista y asfalto con agujeros (lo cual siempre es peor) llegamos a Bohicón tras pasar por Ketou y Cové, y antes por Pobé y un poco antes, por Ita-Djebou, donde habíamos pernoctado en el recinto de la misión católica, no ya para sentirnos protegidos sino para aprovecharnos de la explanada, la arboleda y la tranquilidad. En Ketou, a unos 18kms de Nigeria, hemos desestimado acercarnos hasta la frontera del lado de Nigeria para conocer las posibilidades de obtener la visa en la misma frontera. De ser posible tampoco hubiéramos cruzado por aquí. Seguiremos probablemente hasta Kandi y despues volveremos a entrar en Níger. En Bohicón antes de buscar un sitio para darle a los teclados pedimos pernoctar en el recinto de la iglesia franciscana. Loren, un sacerdote de mano fofa, acepta despues de consultarlo durante un buen rato consigo mismo. El rato que dura nuestro contacto las chicas y mujeres que pasan cerca hacen ese acto de adelantamiento de pseudo-reverencia y saludo sumiso al cual él apenas responde con un vocablo.
Nos refugiamos en un bar del que somos la única clientela que nos permite conectar el ordenador al enchufe. La corriente eléctrica no es nunca del todo segura. La cortan a menudo. Encontrar un sitio que nos permita trabajar no resulta siempre fácil. A estas alturas ya no contamos con la potencia de la batería auxiliar que se descarga pronto al conectar el ordenador. Solo la estamos usando como luz de lectura. No siempre. A veces nos complace acompañarnos de la luz de las velas como anoche que Vic y yo pasamos bastante rato, sumidos en la absoluta oscuridad del entorno, hablando de la parentela y la gente conocida y amiga, los que están o encontramos en nuestros mensajes de correo y los que no están, que no por eso dejamos de recordar. En el bar donde hemos estrado más de dos horas pretenden cobrarnos por el consumo eléctrico como si hubiéramos ido a conectar un frigorífico. Tras un intercambio de pareceres admite que la cosa no va así y retira lo 200cfas de más para no perdernos como clientes. En todo caso hemos aprendido la lección. Las siguientes veces que pidamos para conectar el ordenador tendremos que añadir a cambio de las consumiciones de bebidas en el lugar. Por otra parte pactar el pago del consumo eléctrico a priori también nos lo podemos permitir.
Estacionamos la furgo dentro del recinto de la paroise de St. Francisco de Asís, una figura admirable le decimos a uno que nos viene a dar conversación. Por la noche asistimos a la avalancha de feligresía que ocupa una buena parte del patio ya que el interior de la iglesia está abarrotado. El catolicismo arrasa.
A la mañana siguiente una troupe de feligresas con la escoba sin palo barre el suelo. Hay un acontecimiento excepcional: la concentración de miles de jóvenes para hacer un estudio de la carta pastoral del ultimo papa: talleres, cánticos y todo lo demás. Un gran camión viene a primera hora con cientos de butacas de plástico que descarga para la efemérides. Nosotros hemos pasado una noche fatal por el ajetreo de varios mosquitos en nuestros oídos. Visito la capilla y la gran iglesia. Asisto a un espectáculo que se repite: mujeres que no solo se arrodillan ante el altar sino que se inclinan completamente y besan el suelo o están en la posición de inclinadas durante un buen rato con la cara a un palmo del mismo. Habría que hacer un estudio comparativo de grados de inclinación del torso y relacionarlos con la intensidad de la fe (no soy experto en eso) pero a primera vista parece que las mujeres se lo creen mas que los hombres y su devoción está a prueba de fuego. Supongo que habría que controlar los estragos que hacen toda clase de religiones en la salud social y de alguna manera intervenir preventivamente. Históricamente los estados que han proscrito las religiones no han conseguido gran cosa. Finalmente el creyente siempre tiene la coartada perfecta ante sus innumerables situaciones de no-respuesta en la vida: el señor omnisciente sabrá lo que yo no alcanzo a saber.
Seguimos rodando tranquilamente, por la arteria principal del país, hasta Dassa. Otra sombra de mango, otra explanada soberbia, otra apropiación de terreno de la iglesia católica. Aquí hay una gruta, una leyenda. Pronto alguien se nos pega como una lapa para hacernos de guía a cambio de cadeau. Visito la iglesia y me enseña un estanque donde las mujeres van a lavar la ropa en agua turbia. Como dato curioso un cartel en francés que prohíbe el acceso a las mujeres en periodo de menstruación y con vestidos de color rojo. El chico barre con la escoba sin palo lo mismo que la troupe de las mujeres de Bohicón, donde, por cierto, el único avistamiento que pude constatar de pere Loren por la mañana fue a bordo de una atrotinada mobylette que para ponerla en marcha necesitó ser empujado por una de sus fieles. El hombre lanzado a la carrera no hizo ningún ademán de darle las gracias. Al menos este no ostenta el tipo de cochazos con los que suelen navegar lso curas por sus diócesis. No siempre. Los 4 popes de negro que vimos nada más entrar en Georgia el verano anterior a bordo de un jeep militar de color verde reciclado daba otra nota al tema de la espiritualidad eclesial. No en vano, en castellano simple se dice: vives como un cura. Hay que venir a África para ver la completa envergadura profética de tal afirmación. En Dassa, en la Total, el gasoil no llegará hasta despues de mediodía procedente de Cotonou. Entre qué decidimos lo que hacer y ponernos al día con los deberes elaborativos, estrenamos el bote de mermelada de fresa que compré en el supermercado en Portonovo. Sucumbí a la memoria de las exquisiteces que dejamos antes del estrecho de Gibraltar. Tampoco es cierto, todavía nos duran dulces con yemas de huevo de Aurora.
Ahora estamos rodeando muy pocos quilómetros por día. Menos de cien. Hacer el quíntuple o más tampoco significa viajar más. El viaje es algo relativo. El suelo geográfico es solo una excusa para cambiar de ambientes y encontrar lugares lo más agradables posible donde seguir practicando nuestra clase de vida.
Todavía no sabemos con exactitud lo que vamos a hacer. Además de la auto observación mecánica del vehículo toca considerar el tema de las lluvias. Desde antes de mediados de marzo el clima ha empezado a cambiar. Muchos días están cubiertos de nubes y puntualmente hay descargas de agua. Toca considerar también el buen número de países que hemos dejado de ver del lado oeste y las dificultades del lado este. Seguimos viajando pues sin plan de ruta, una intolerable falta de su denominación en tiempos en que todo el mundo habla de sus hojas de ruta. Viajar también es esto: saber donde empieza tu recorrido pero no por donde sigue, aunque esperamos, sí, poder seguir cumpliendo con el calendario en cuanto a terminarlo.
En la explanada de la iglesia de Dassa hay unos cuantos supervivientes que viven del cuento. El que quiere hacernos de guía lo neutralizamos con un bolígrafo, una mujer muda, no sabemos si sorda, se lleva como regalo la blusa del traje que encargamos en Lomé. Mme. Blanche a pesar de tomar las medidas con cinta métrica se quedó corta en la confección de la blusa y se pasó de la ralla con los super-pantalones que me hizo. Espero controlar mejor la situación la próxima vez que encargue otro traje. Vic solo ha podido ponerse la blusa una sola vez y sigue usando los pantalones. Decide regalárselos a la muda. Ella y el del bolígrafo insisten en que le regale el traje entero. Despues de una hora, ubicados en otra parte, todavía viene a insistir pidiendo los pantalones. Vic no le hace caso y ella le echa una especie de maldición. Los católicos practicantes de la zona no dejan de ser sincretistas entre el cristianismo y el animismo. La mujer proporciona el ejemplo ideal de los resultados nefastos colaterales del hecho de hacer regalos.
Aunque si bien es cierto que el grito pidiéndonos cadeau (por cierto cadó es una palabra incorporada a sus lenguajes nativos ya que no deben tener una equivalente para el objeto regalado que describe) ha ido declinando según van pasando las semanas, no lo es menos que nunca se extingue del todo y siempre hay quien te ve con los ojos de conseguir algo de ti no de estar interesado por ti, por tu procedencia, tu cultura o tu persona. La marca del hombre blanco discriminado es una constante incluso por lo que hace a dar la señal de alarma de su presencia cuando llega a un sitio. Instintivamente hay algo que les mueve a la autodefensa en su presencia mezclada de curiosidad y oportunismo.
En ruta, cuando veo un lugar con agua me detengo para tratar de conseguir una ducha de cubos. Ayer lo hice en una pequeña aglomeración de tres o cuatro casas pero que sin embargo tenía varios grifos de agua traída por tubería. Nadie hablaba francés. Nuestra parada llenó de sorpresa pero también de prevención. Algún gesto de algún adulto fue autodefensivo con un punzón en la mano. En el recorrido desde Pobé la imagen de jóvenes, también mujeres, con machetes en la mano por sus tareas agrícolas, es continuo. Un hombre me lleno un cubo grande y me indicó un receptáculo hecho de cañas donde podía asearme. Nadie vino a importunarme. Vic desestimó tomarse una ducha por las complicaciones que supone. Todavía no hemos estrenado la cortina de tubo en torno a una llanta como modo discreto de darse duchas en lugares públicos. Dejamos el lugar ante la expectación de niños y mayores y tras una ronda de caramelos y recogida de los papelitos. Estoy pensando que ahí donde hacemos eso los africanos deben pensar que traficamos con los envoltorios de papel plastificado. ¡qué super-raros son esos blancos! No son pocas las veces que gritan: blancos, blancos, ¡yovo!, ¡yovo!, al vernos. Es una palabra a medias entre el grito de alarma, un signo de admiración y una llamada ante la presa. Aunque muchas veces, y eso sirve también para Marruecos, nos hemos sentido discriminados por pagar los precios inflados especialmente para nosotros, no lo es menos que en la mayoría de situaciones por lo que hace a consumos ordinarios de bebidas y comidas pagamos lo que paga todo el mundo sin que nos traten de sisear.

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Fragmentos y descripciones de viajes geográficos sobre una silla de ruedas movida por energias insospechadas. (Los textos pertenecen o a nuestro libro, en curso, el Viaje de la vida).

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