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martes, 18 de marzo de 2008


Venta de aceite para motos Anunciando la peluqueria, furgo al fondo

TANGUIETA, 17 de marzo de 2008
OFICIOS

Es una ciudad muy grande con amplias avenidas de tierra y de asfalto. Parece preparada para el turismo que viene a visitar el Parque Nacional de la Pendjari y las cascadas que se encuentran alrededor. Al mismo tiempo, conserva el sabor de aldea con las casitas circulares y rectangulares de arcilla y paja, fundidas en las anchas calles de arena salpicadas de sólidas casas de notables, el ayuntamiento, edificios oficiales o colegios.

Llegamos a esta villa a las 14h, el calor era tan sofocante que incluso la brisa intermitente sólo traía más fuego al ambiente. Después de un agradecido refrigerio de coca cola y cerveza en un paiot circular. Nos adentramos en la pequeñita y deliciosa biblioteca de enfrente donde unos niños hacían que leían cuando la bibliotecaria los vigilaba. Finalmente, los juegos se han pasado de la raya y han tenido que salir del edificio. Sólo estamos nosotros enchufados a nuestros ordenadores respectivos con la empleada que vigila detrás nuestro, con cierta envidia y admiración todo lo que hacen nuestros veloces dedos; cuando he sacado mi memory steak me ha preguntado si lo vendía, ella no sabía para qué sirve, pero por si acaso, lo pide, el tic africano...

Jes no se encuentra muy bien, esta mareado y con ganas de vomitar, parece que la última Gines le ha fastidiado el estómago; como también compartimos inicio de diarrea, nos suministramos dos bolitas de “Antimonium Crudum” con el fin de evitar males mayores.

Fuera, la gente y los autobuses de todos los tamaños atestados de bultos y de gente no se amedrentan por el ardiente ambiente callejero. Bajo los más frondosos árboles, las mujeres-cocineras venden sus producciones de espaguetis o arroz, con picantes salsas a parte, en neveras portátiles que colocan en mesitas ocupadas por grandes palanganas de acero brillante y cubiertas con inmaculados paños: una para el agua limpia, otra para lavar los platos y otra para los platos y cubiertos limpios; en un banco alargado comparte charla con quien quiera, esperando que pique un cliente. Cuando termine de venderlo todo (que puede ser en noche cerrada a la luz de un minúsculo candil de gasolina), transporta todas sus palanganas en la cabeza y la nevera en la mano.

En diminutos locales, tanto hombres como mujeres, anuncian sus confecciones, son costureros/as que exhiben sus prendas y están infinitas horas sentados delante de sus clásicas Singer de pedaleo mecánico. Parecen las casitas de las antiguas porteras urbanas que, desde la oscuridad de su habitáculo, vigilan sin ser vistas casi 12 horas diarias. Después están las peluqueras ambulantes que se acercan a cualquier local abierto para atender a sus clientas que, pacientemente, soportan la manipulación de sus encrespados y duros cabellos: unas cubriendo todo su cráneo con trencitas, otras, implantándose pelucas de pelo liso con algún color, o con trenzas artísticamente historiadas; en cuanto a las niñas, es admirable su abnegación en las horas que sus madres o las profesionales emplean en domesticar sus cabellos con diminutas trencitas separadas por innumerables rayas y cuernecitos envueltos en serpenteante plástico que le dan rigidez, pareciendo graciosos demonios; a las más pequeñas les hacen moñitos por toda la cabeza adornados por cintas multicolores. Así, tomándote una cerveza te puedes entretener observando el arte y la paciencia de este oficio. Pero también puedes acudir a las innumerables peluquerías de hombres o de mujeres que se anuncian ostensiblemente en cualquier punto de la ciudad.

Después están las innumerables vendedoras que transportan en sus cabezas todo tipo de productos de la tierra: mandiocas, mangos, aguacates, cocos, piñas, plátanos (hembras y machos que son para freír), tomates, huevos duros, agua en bolsitas dentro de neveras portátiles, en una gran calabaza hueca, un líquido fermentado muy fresco que nunca nos atrevimos a probar. Después los chavalines que también venden agua en neveritas y helados de leche en bonitos carritos en bici, uniformados y con una bocinita anunciándose.

Los hombres, entre reposo y reposo, también trabajan y duro: niños limpiabotas, herreros, carpinteros mostrando sus camas y puertas en plena calle, mecánicos de martillo en ristre como los que desarreglaron nuestra furgo, los que fabrican el carbón vegetal, los leñadores... Y por último, las y los regentadotes de bares compuestos por decenas de personas (generalmente parientes entre ellos) que tertulean o dormitan en sus sillas desvencijadas rodeados de paredes desconchadas y mobiliario con necesidad de atenciones, o toilette exenta de agua cristalina y jabón; eso sí, las bebidas son abiertas delante del cliente según la más estricta de las reglas de higiene.

En África todavía podemos encontrar todos los oficios que algún día tuvimos en Europa. Ahora no nos acordamos de lo duro que fue para nuestros antepasados sobrevivir a cada uno de estos oficios sin los medios que actualmente tenemos. Pienso que darse una vuelta por estos parajes nos puede ayudar a valorar lo que hemos evolucionado tecnológicamente a costa de perder parte de nuestra capacidad de comunicación afectiva, que es lo que todavía existe en este continente.

África nos puede enseñar muchas cosas todavía, el problema es que los africanos no están muy convencidos de ello.

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Fragmentos y descripciones de viajes geográficos sobre una silla de ruedas movida por energias insospechadas. (Los textos pertenecen o a nuestro libro, en curso, el Viaje de la vida).

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